Nancy
Estaba furiosa.
No, furiosa no… Estaba desbordada. Temblaba de pura rabia, una que me recorría como un veneno silencioso y ardiente.
Nos habían echado.
A mí.
A la mujer que había soportado cada paso, cada mentira, cada humillación con la cabeza en alto, todo por llegar a esa mald¡ta casa.
Por conquistar mi lugar.
La casa de la manada debía ser mía.
Mía y de John.
Pero sobre todo mía.
¿Acaso alguien más habría logrado lo que yo logré con él?
Domarlo.
Hacer que un Beta dejara atrás su put∆ moralidad y me obedeciera como un buen perro.
No fue fácil.
John era testarudo, reservado, un hombre de principios cuando lo conocí.
Pero la debilidad… el deseo que se esconde en todos los hombres bajo la piel…
Eso siempre se puede moldear.
Pulir.
Doblegar.
Y yo lo hice.
Cuando lo encontré en el bosque, destrozado porque su compañera había muerto, lo devolví a la vida. Nada más que unas hierbas y unas palabras en nuestro idioma ayudaron a que se pusiera de pie.
Lo llevé de la mano hasta esa cas