Durante las dos semanas que siguieron a la revelación de su linaje, Aeryn se sumergió por completo en la compañía de las brujas de las Tierras Oscuras. Estas mujeres antiguas, marcadas por la sabiduría de siglos y la energía del mundo oculto, la recibieron no como una forastera, sino como la hija de una profecía cumplida. Aeryn, o Nyrea Ignarossa como comenzaban a llamarla en voz baja, se encontró rodeada por un entorno donde la luna, el fuego y la sangre eran los pilares de un conocimiento que hasta entonces había estado fuera de su alcance.
Las brujas le enseñaron a ver más allá de los sentidos comunes. Aprendió a percibir las auras de los seres vivos, a leer los hilos del destino en las llamas de un cuenco ritual, y a manipular su propio fuego lunar de forma más sutil. Entendió que su poder no era solo una extensión de su furia o su dolor, sino una manifestación de su linaje sagrado.
Bajo la tutela Nyrga, descubrió que el fuego ancestral no se alimentaba solo de la emoción, sin