El viento soplaba con un aullido constante entre los árboles retorcidos que marcaban el límite de las Tierras Oscuras. Era un lugar cargado de magia ancestral, tan antiguo como los primeros pactos lunares. Aeryn observaba el paisaje con una mezcla de respeto, expectativa y una pizca de temor.
Montada sobre su caballo, con la capa ondeando tras ella y Shânkar caminando a su lado con paso elegante, reflexionaba sobre lo lejos que había llegado. De loba desterrada, humillada ante su manada, a líder indiscutida de dos aldeas leales, forjadas bajo su estandarte de loba roja. Brumavelo y Arvellum. Dos nombres que marcaron el inicio de su propio legado.
“No sólo sobreviví... dominé”, pensó con firmeza. Y sin embargo, sabía que lo que le esperaba más allá de la frontera era un reto distinto. Más grande. Aquí no bastaba con ser fuerte o sabia. Las Tierras Oscuras no se rendían ante títulos ni linajes. Estas tierras reconocían la sangre. Reconocían la verdad.
Sareth, cabalgando a su derec