Elaria gritó de furia mientras arrojaba una bandeja de plata contra la pared de su habitación. El estruendo metálico hizo que una sirvienta que pasaba por el pasillo diera un respingo, pero no se atrevió a asomarse.
Los rumores ya habían llegado hasta ella. Darien había vuelto. Y con él, el hedor inconfundible de Aeryn impregnando su piel. Había escuchado a escondidas que no solo se habían reencontrado, sino que él había luchado por mantener su vínculo, desafiado al consejo y rechazado tomar otra compañera.
—¡Después de todo lo que le hizo! ¡Después de cómo lo humilló! —escupió Elaria, con los ojos brillando de rabia mientras pateaba el taburete que tenía frente al espejo.
La cicatriz en su mejilla ardía, como si el recuerdo de la loba roja se burlara de ella con cada latido.
—¡No voy a rendirme! —susurró con voz gélida—. Esa loba puede haber ardido con él una vez más, pero será la última. Darien será mío. Me convertiré en su Luna, aunque tenga que quemar cada lazo entre ellos.
La