Capítulo 44: La Voz del Fuego

Darien se quedó inmóvil en medio del jardín, mirando la dirección por la que Aeryn había desaparecido entre los árboles. Su cuerpo aún ardía, su deseo rugía bajo la piel, pero su pecho… ese estaba pesado, dolido. Las palabras de ella lo habían atravesado como una garra certera, sin rabia, pero con verdad. Y eso dolía más.

Tardó varios minutos antes de ir tras ella.

No porque no quisiera, sino porque no sabía cómo acercarse sin parecer lo mismo que ella acababa de rechazar. Él, el Alfa, el que todos veían fuerte, seguro, dominante… se sentía pequeño frente a su propia necesidad.

Cuando por fin llegó a sus aposentos, empujó la puerta con cautela. El interior estaba en penumbra, iluminado solo por la tenue luz de una vela. Allí estaba Aeryn, acostada de lado sobre la cama, arropada hasta la barbilla con tres capas de ropa de dormir: una túnica larga de lino, encima otra más gruesa de lana suave, y hasta una capa ligera por si acaso.

Él arqueó una ceja, sorprendido. Se mordió el labio
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