La sala de guerra estaba silenciosa, iluminada solo por el fuego del brasero central. El ambiente se sentía más denso que de costumbre, como si hasta las piedras supieran que algo grave se avecinaba.
Valzrum entró sin ceremonia, con el frasco sellado entre sus manos. Lo colocó en la mesa con un golpe seco, y su rostro, por lo general burlón, no mostraba más que seriedad absoluta.
—Tenemos un problema. Grave.
Frente a él estaban Darién, Cael, Nerysa, Kaelrik, Tarsia, y Sareth, que se mantenía de pie en una esquina, con la mano sobre la empuñadura de su daga.
Valzrum respiró hondo antes de hablar.
—El Fulgor Marchito no es solo un veneno. Es un hechizo líquido. Se activa con el fuego puro, lo absorbe… y lo usa en tu contra. Se puede aspirar, tocar… o simplemente estar cerca si lo lanzan en frascos o en flechas. Lo peor es que… cuanto más fuego tengas en el alma, más rápido te consume.
Un silencio sombrío cayó sobre todos.
—Entonces Nyrea… —comenzó Sareth.
—No puede entrar en combate. Y