En medio del mareo y el dolor, entre sombras y luces, vi a Tomás y Leandro acercarse.
—¡Ay, por favor! ¡No puedo ver tanta sangre! —gritó Isabella con un chillido agudo, y, en un espectáculo dramático, puso los ojos en blanco y se desmayó, cayendo en seco sobre el suelo.
Leandro vaciló por un instante, luego giró hacia Isabella y la tomó en brazos con apuro.
Tomás también corrió tras ellos, más preocupado por la escena de Isabella que por su propia madre.
El frío me invadió desde el pecho hasta los dedos. Cerré los ojos.
***
Desperté en el hospital. A mi lado, no había familia. No estaba Leandro, ni Tomás, solo el coordinador del colegio de la Manada Cumbre del Trueno.
—Señorita Valdés… lo siento mucho —dijo con voz contenida, claramente incómodo.
—Perdí al bebé, ¿cierto?
Mi voz era tan tranquila que asustaba. Mi cuerpo, aún débil, parecía recobrar fuerzas lentamente. Mi loba trabajaba en silencio, curando los tejidos desde dentro.
«Quizá», pensé, «esto es… una liberación».
Después de despedir al coordinador, cancelé la cirugía programada. Utilicé la excusa del dolor físico para solicitar al hospital un bloqueador de enlace mental temporal. No quería sentir a nadie más.
Pero, justo antes de tomar la medicación, llegó lo inesperado.
Un enlace mental de Leandro.
«Espérame en el hospital.»
Tan breve. Tan autoritario. Lo de siempre.
Minutos después, Leandro irrumpió por la puerta con pasos pesados.
—¿Cómo te sientes?
No respondí. Mis dedos se deslizaron automáticamente sobre mi abdomen ya plano.
Él siguió el movimiento con la mirada, y, por un segundo… vi un destello de dolor en su expresión.
—Ya tendremos más hijos, Renata. Lo importante es que estás bien —dijo, sentándose junto a la cama, con un tono extrañamente suave.
Lo miré sin parpadear.
—No, Leandro. No habrá más.
Él frunció el ceño, irritado.
—Sé que siempre estás intentando llamar mi atención, pero salir con otro hombre no es la manera correcta. No lo olvides: aún eres la reina luna de la Manada Sierra del Lobo.
Solté una carcajada baja y amarga.
—¿No deberías estar cuidando a tu frágil Isabella?
El nombre lo sacudió, y Leandro desvió la mirada, antes de tomar mi mano, como si quisiera aplacarme.
—Renata… sé que siempre has estado celosa de todo lo que tiene Isabella. Pero ella es inocente. Tú ya me tienes a mí, no hay razón para atacarla.
Lo miré con incredulidad.
Sus dedos acariciaban los míos con calidez, pero su toque me helaba por dentro.
—Por eso, necesito que no menciones más a Isabella. ¿De acuerdo?
Sus ojos castaños, brillando con un tenue resplandor rojo, revelaban su presión alfa.
Mi loba se encogió, aterrada.
Lo entendí de inmediato.
Él sabía la verdad.
Sabía que Isabella me había empujado.
Y aun así… la protegía.
Lo usaba para amenazarme. En mi lecho de hospital.
Sentí cómo el alma se me partía y apreté los labios con fuerza para no llorar.
—Como tú digas —susurré entre dientes.
Su cuerpo se relajó. Incluso se inclinó y me besó en la frente.
—Mañana es la celebración familiar de la manada. Vendrás, ¿cierto? Tomás pregunta por ti todos los días.
Y sin esperar respuesta, soltó mi mano y salió de la habitación, como si nada hubiera pasado.
Permanecí sentada durante horas. Mi loba lloraba en mi mente. En silencio. Como yo.
El celular vibró.
Era una llamada del colegio.
—Señorita Valdés, ¡felicidades! Ha sido aceptada oficialmente. Puede incorporarse cuando lo desee.
—Perfecto.
—¿Desea que gestionemos una incorporación diferida por motivos médicos?
—No, gracias. Ni un día más. Estoy lista.
Tras esto, recogí mis cosas del hotel y conduje de noche hasta la Manada Cumbre del Trueno.
Antes de apagar el teléfono para siempre, envié un último mensaje a Leandro:
«Espero que sepas cuidar de Tomás.»
Ese fue el fin.
Desde ese momento, la Manada Sierra del Lobo ya no tenía nada que ver conmigo.