Ariadna mantenía la vista fija en la ventana, sin atreverse a mirar a Maximiliano desde su vergonzoso intento de revisar su bolsillo.
Él, por su parte, conducía con su habitual calma impenetrable, aunque en la comisura de sus labios había una sonrisa apenas perceptible.
Cuando el edificio del notario apareció a lo lejos, Ariadna exhaló lentamente. Era momento de hacer esto.
Maximiliano estacionó y apagó el motor sin prisa.
—Vamos —dijo con tranquilidad, saliendo del coche.
Ariadna se apresuró en salir sin esperar a que él le abriera la puerta. Quería marcar la distancia. No soportaba la sensación de estar cerca de él después del incidente en el coche.
Subieron juntos en el ascensor hasta el piso donde los esperaba el notario. La oficina era un espacio sobrio, con muebles de madera oscura y un aire de formalidad absoluta.
El notario, un hombre de mediana edad con gafas delgadas y una expresión neutral, los recibió con un leve asentimiento de cabeza.
—Señor Valenti. Señorita Val