Capítulo 2
No puedo creer que América me haya dejado tirada. Anoche, en ese bar pijo del barrio de Salamanca, se fue con un tipo que conoció en cinco minutos. “Vive un poco, Camila”, me dijo antes de desaparecer con su sonrisa tonta y un chico que parecía modelo de anuncio. Y yo, como idiota, me quedé sola, con mi copa de vino barato y un vestido que pedí prestado. Al menos hasta que él se acercó. Ese hombre alto, con traje impecable y una mirada que me hizo olvidar cómo respirar. No sé qué me pasó. Cuando me tocó el brazo, me salió una fuerza que no sabía que tenía y lo aparté. Pero ahora, mientras me seco el pelo con una toalla en este hotel cutre de la Gran Vía, no puedo dejar de pensar en sus ojos. Y en cómo me miró cuando le dije que no me tocara.
Es mi primera vez en Madrid. Vine con América para una semana de vacaciones, un capricho que apenas puedo permitirme. Trabajo como enfermera en una clínica pequeña y entre el alquiler y las facturas médicas de mi madre, mi cuenta bancar