Capítulo 3
Camino junto a Leonardo por la callejuela que lleva a la Gran Vía, con el sol de la mañana pegándome en la cara. No sé cómo terminé aquí, aceptando un desayuno con un desconocido que apareció en mi hotel como si fuera una película. Mi plan era sencillo: explorar Madrid, comprar un par de regalos para mis padres, estirar los pocos euros que me quedan. Pero ahora estoy siguiendo a este hombre, que camina con una seguridad que me pone nerviosa. Es alto, demasiado, y su camisa blanca, con las mangas subidas, deja ver unos antebrazos que no debería estar mirando. Sacudo la cabeza.
“Solo un desayuno, Camila. No te compliques.”
Llegamos a un café pequeño, escondido en una esquina cerca de la plaza de Callao. Tiene mesas de madera, un cartel que dice “Café de la Abuela” y un olor a pan tostado que me abre el apetito. Nos sentamos junto a la ventana, y pido un café con leche. Leonardo pide un espresso, sin azúcar, y la camarera le lanza una mirada que no disimula. Él ni se inmuta.