Acabo de aceptar lo impensable: tener a su hijo, un acuerdo que me aterra, pero que es la única forma de salvar a mi madre. Mis lágrimas mojan su chaqueta mientras lo abrazo de nuevo, fuerte, como si pudiera aferrarme a algo sólido en este caos. Pero mi mente no para, y el peso de mi decisión me aplasta.
—Leonardo —susurro, apartándome, limpiándome las lágrimas con el dorso de la mano—. Necesito ver el contrato. Quiero saber exactamente qué estoy aceptando. Leerlo todo, saber a lo que me enfrento.
Él me mira, sus ojos oscuros suaves pero firmes, y sacude la cabeza, su mano subiendo a mi mejilla, cálida, casi reconfortante.
—Cherry, no te preocupes por eso ahora —dice, su voz baja, como si estuviera calmando a un animal asustado—. Primero tu madre. Concéntrate en ella. Hablaremos de todo después, te lo prometo.
—¿Después? —Mi voz tiembla, una mezcla de alivio y desconfianza—. No quiero más sorpresas, Leonardo. Esto es… demasiado.
—Lo sé —responde, su pulgar rozando mi mejilla, un gesto