Había dormido mal, otra vez, con las preguntas dando vueltas en mi cabeza como un torbellino: el perfume, la mancha de labial, la distancia de Leonardo.
Me levanté temprano, mi vientre pesado con Ariadna y Aisha, que parecían más inquietas que nunca, como si sintieran mi propia tormenta. En la cocina, preparé un té mientras Leonardo se vestía, pero con esa sombra en los ojos que ya no podía ignorar. Me acerqué a él en la entrada, forzando una sonrisa que ocultara el nudo en mi pecho, y lo despedí con un beso en la boca, mis labios temblando contra los suyos.
—Vuelve pronto —dije, mi voz más débil de lo que quería.
Él me devolvió el beso, breve, casi mecánico, y apoyó una mano en mi vientre antes de hablar.
—No llegaré para el almuerzo ni la cena, Cherry. Reuniones todo el día. Pero te llamo, ¿sí?
Asentí, el nudo en el pecho apretándose como un puño. Sus palabras eran un eco de tantas otras mañanas, pero ahora, cada ausencia se sentía como una confirmación de lo que ya sabía: él se iba