La sala VIP del aeropuerto era un maldito mausoleo de lujo: paredes de cristal esmerilado, sofás de cuero negro, una barra con botellas que costaban más que mi renta. Pero no estaba aquí para admirar la decoración. Estaba atrapada, furiosa, con el corazón latiéndome en los oídos mientras Leonardo, ese bastardo arrogante, estaba de pie frente a mí, con su traje impecable y esa sonrisa que me hacía querer arrancarle la cara. Había cerrado el maldito aeropuerto para encontrarme, como si fuera una fugitiva, como si fuera suya.
—¿Quién te crees que eres? —le espeté, mi voz temblando de rabia mientras daba un paso hacia él, mis tacones resonando en el suelo pulido—. ¿Cerrar un aeropuerto? ¿Mandar a tus matones a arrastrarme hasta aquí? ¡No soy tu maldita mascota, Leonardo!
Sus ojos, oscuros, depredadores, se clavaron en mí. No se inmutó, solo ladeó la cabeza, como si mi furia fuera un espectáculo divertido.
—Cherry, deberías sentirte halagada —dijo, su voz baja, sedosa, pero con ese filo qu