Me miro en el espejo del baño del Hostal Luz, ajustándome el vestido negro que América insistió en que trajera, ahora ve que sí servirá para algo.
Es sencillo, pero me queda bien, y esta noche necesito sentirme segura, no dejaré que me intimide. No sé por qué accedí a esta cena con Leonardo Valdés. Tal vez porque estoy sola en Madrid, aburrida, con demasiado tiempo para pensar y él es muy insistente como para planteármelo y yo aceptar.
O tal vez porque, aunque me asusta lo que sabe de mí, hay algo en él que me hace querer descubrir más y al mismo tiempo alejarme, como si fuese demasiado… exagerado. Sacudo la cabeza, aplico un poco de gloss y salgo. El coche que envió está esperándome abajo, un Mercedes negro que no encaja con las calles estrechas de la Gran Vía.
¿No se ha tomado muchas molestias?
¿A dónde vamos a cenar?
El conductor, un hombre de traje que no sonríe, me lleva al Restaurante Botín, un lugar que vi en una guía, pero nunca pensé entrar. Es antiguo, con paredes de piedra