Las manos callosas tomaron por costumbre acariciar su cuello cada vez que pasaba cerca de ella. El resto de los empleados volvían la vista al ruego de sus ojos silentes, y la casa que tanto luchaba por mantener se convirtió en su último refugio.
— Dai.. — La primera palabra de su hijo llegó una calurosa noche de verano.
La inmensa alegría que la envolvió fue solo comparable al dolor profundo que le produjo aquella sílaba.
— Dai... — Repitió Felix con una sonrisa en los labios.
Mara lo abrazó, intentando ocultar sus lágrimas.
— Mírate Felix, estás hablando hijo. — Le dijo con orgullo y el pequeño la rodeó con sus manos.
— Le estoy muy agradecida por el empeño que ha puesto en las sesiones con Félix. — Comentó al especialista al día siguiente, llena de alegría y agradecimiento.
— Es lo menos que puedo hacer. — Contestó el hombre con una seriedad casi solemne.
— No sé como agradecerle. Soy consciente de que pago solo por una hora cada día y ultimamente las sesiones están tardando