— ¿ Qué hace usted aquí, Señor Vásquez. — Mara se atrincheró detrás de la puerta, observado a través de la rendija.
El hombre miraba al suelo, con las manos a la espalda.
— Ábreme la puerta pequeña. Hablemos sobre esto.
— Váyase de aquí ahora mismo.
— Mara...soy tu jefe, tienes que hacer lo que digo.
— No tiene derecho alguno a presentarse en mi casa, mucho menos a estas horas, además ya no trabajo para usted. Le he enviado una carta informando mi dimisión.
— Precisamente de eso quiero hablarte preciosa.
— No hay anda que hablar. Es usted repugnante y no deseo seguir trabajando en su negocio. —
— Ábreme la puerta, pequeña. — volvió a decir.
Su voz pausada helaba la sangre de Mara, que hubiese preferido que los gritos se escucharan por todo el vecindario.
— Llamaré a la policía .
— De acuerdo. esperaré aquí afuera. Esta noche debe estar trabajando el sargento Ramírez. Buen hombre. Su esposa es amiga de hermana, su padre tenía negocios conmigo. Buen hombre, sí, sí,