Capítulo 7

—Lobo —susurró con palidez al verlo acercarse—. No quiero problemas.

—Entonces haz caso a su exigencia —replicó, para mi sorpresa—. No uses tus poderes en la humana y no habrá represalias.

Sentí su brazo envolverme con suavidad, colocándome tras de él. Posesivo, hermosamente posesivo. ¿Había estado escuchando la conversación? ¿Cómo es que no me había dado cuenta de su presencia?

—Es mi mate, puedo hacer con ella lo que me dé la gana.

—No —exclamé con voz amenazante—. Carol está bajo mi protección, no vas a hacerle nada. Si quieres estar con ella, adelante, pero aleja tus poderes.

—¿Tú protección? —río con ironía—. No eres nadie, mocosa.

—Soy el futuro alfa de la manada Wyrfell, y la mocosa como tú dices, es mía, así que, si no quieres problema con toda mi manada, te mantendrás al margen de sus exigencias. ¿Quedó claro?

Nathan utilizó su voz de alfa, haciendo que todo en mi cuerpo vibrara. No era que me gustara cuando lo usaba, pero mi cuerpo siempre reaccionaba ante su tono. Dios, era tan sexy cuando decía que yo era suya.

Y no era mentira. Lo era, total y profundamente suya. Así como él era mío y siempre lo sería. Sin importar nuestros intereses amorosos, nosotros siempre seríamos mejores amigos. Y yo siempre estaría ahí para él, como sabía que él lo estaría para mí. Así es como el amor verdadero funciona.

El brujo levantó las manos en señal de inocencia, aunque parecía enfadado por nuestra intervención.

—De acuerdo, no magia para la humana.

Se retiró sin agregar nada más. Me gustaba pensar que cumpliría con sus palabras, de igual manera, me encargaría de tener un ojo sobre él. Vigilaría cada uno de sus movimientos y tendría una larga charla con Carol al respecto. Quizás Stuart también quisiera ayudarme un poco. Después de todo, él la amaba.

—Gracias, Nate —le sonreí abiertamente—. ¿Así qué soy tuya?

Nathan se sonrojó ligeramente con vergüenza, mostrándose incómodo. Desvío la mirada, concentrándose en el casi abandonado instituto. Ya era hora de volver a casa y ni siquiera me había fijado. Nathan incluso se había quitado su uniforme de capitán.

—Eres mi mejor amiga, Elle. Claro que eres mía —la decepción me embargó, sus palabras me dolieron.

Maldita friendzone.

En ese momento sólo deseé encontrar al imbécil que la había inventado y darle una buena cachetada por todos los soldados caídos y por caer.

Intenté que la decepción no se me mostrara en la cara. Él no me quería de igual manera en la que yo lo amaba. Y eso dolía.

Dolía mucho.

—¿Ya ha terminado el entrenamiento? —cambié radicalmente de tema.

—Sí, después del incidente con el humano, la práctica se suspendió, te estaba esperando para irnos.

—¿Y Rosie?

—¿Qué hay con ella? —preguntó confundido.

—¿No vas a esperarla? —pregunté con obviedad, a veces Nathan la llevaba en su auto.

Después de todo, ella aseguraba ser su mate, la futura luna de la manada. Él tenía que darle su lugar y respetarla.

Pero yo sabía que ella mentía.

Yo era su verdadera mate, su luna. Y no podría decirlo, porque nadie le creería a una simple humana. Además de que no podía confirmarlo por mi cuenta tampoco... Solo me quedaba esperar y observar. Quedarme como su mejor amiga y conformarme con ello.

—Ella puede llegar por su cuenta, prefiero pasar el tiempo contigo. Te propongo una tarde de películas y videojuegos, como en los viejos tiempos —me invitó con una sonrisa nostálgica.

—¿Qué hay de tus responsabilidades? —Él sabía que ya había aceptado, no había manera en que yo me negara a algo como eso.

—Es mi día libre —murmuró, emprendiendo la marcha hacia su auto.

Nathan no tenía días libres, pero se lo dejaría pasar. De seguro que el alfa se enfadaría, pero él se enfadaba sólo con mi existencia.

Según sus propias palabras, yo había nacido para hacerlo enfadar.

No era mi culpa, fui criada como toda una salvaje, sólo huyendo. El alfa siempre intentó convertirme en una señorita, mientras que yo me la pasaba jugando con lodo y haciendo travesuras. Así que cada vez que él intentaba educarme, yo terminaba distrayéndome con cualquier cosa y sacándolo de quicio.

El alfa me tenía aprecio, pero sin duda yo no era una de sus personas favoritas.

—¿Qué estamos esperando? —sonreí.

—Que muevas esas preciosas nalgas hasta aquí y te montes en el auto —refutó.

Siempre hacia chistes así, logrando sonrojarme e incomodarme. Era un maldito seductor, pero así lo amaba.

Me subí al asiento de copiloto, encendiendo la radio y poniendo el máximo volumen. Así era siempre que estábamos a solas, unos escandalosos amigos.

Aunque yo quería ser más que sólo una amiga.

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