Capítulo 6

Las clases pasaron con lentitud. Estudiar no era un problema para mí, de hecho, adoraba pasar mis tardes estudiando. Mis notas eran las mejores en todo el instituto y eso me enorgullecía. Siempre buscaba la aprobación del alfa y sabía que mis notas y comportamiento eran impecables.

Las matemáticas eran de hecho mi materia favorita, pero en ese momento no me encontraba de humor para los números. Aún sentía el cuerpo un poco pesado por la enfermedad y mi cabeza palpitaba. Quería ir a casa, secuestrar a Nate y acapararlo por un rato.

Quizás ver un par de películas echados sobre el sofá. Sí, eso me vendría perfecto.

—¿Has visto al nuevo profesor de física? —susurró Carol, desde el puesto que estaba justo frente a mí—. Dicen que es una belleza.

Había escuchado algunos susurros al respecto, pero estaba un poco de malas, por lo que no les presté mucha atención. Sin embargo, si ya había logrado obtener la atención de Carol, quien por lo general ignoraba cualquier tipo de chisme, entonces significaba que los murmullos comenzaban a aumentar.

¿Un nuevo profesor a finales de año? Fruncí el ceño ante el pensamiento.

—Según ellas —señalé con la cabeza a la clase en general—. Cualquier hombre decente es toda una belleza.

Carol río, mientras el profesor de matemáticas dirigía su amargada mirada hacia nosotras. Era un anciano que ya debería haberse jubilado, pero aquí estaba, lanzando dagas imaginarias con su mirada.

Parecía que le hacía falta un buen revolcón, a ver si lograba soltar esa amargura.

Por supuesto, no se lo dije. No estaba buscando un castigo solo por querer ser graciosa. Solo quería ir a casa y acurrucarme junto a mi mejor amigo.

Física era lo último que me tocaba este día, pero aún no podía irme. Nathan estaba practicando baloncesto, así que no tenía medio de transporte. Era el capitán del equipo y el más sexy de todos ellos. Tendría que quedarme hasta que la práctica finalizara. Por supuesto, los humanos y los hombres lobos tenían equipos diferentes. Equipo A y equipo B. No se relacionaban, al menos, esa siempre era la intención.

Sin embargo, algunos días entrenaban juntos. Los lobos tenían prohibido sacar a relucir todo su potencial, por lo que ellos se aburrían. Los entrenamientos eran después de clases, por lo que solía dirigirme al gimnasio a verlos.

No me molestaba, en absoluto. Disfrutaba viendo cada partido y cada entrenamiento.

—¡Al fin! —gritó Carol con entusiasmo, sin importar que el profesor estuviera viéndola—. Estamos a sólo un paso de la libertad.

—Señorita Rivers, aún puedo mandarla a detención —señaló el profesor, con una semi sonrisa.

¡Vaya! Era toda una sorpresa que pudiera hacer un gesto además de aquel amargado que lo caracterizaba. Lástima que sólo fuera capaz de sonreír con el sufrimiento de sus alumnos.

Carol hizo gesto inocente, dejándose caer de nuevo en el asiento hasta que el profesor nos permitió salir. Un estudiante pasó cerca de mí, empujándome. Casi caigo al suelo, con un poco elegante movimiento, pero alguien estuvo ahí para atajarme.

Sentí unos fuertes brazos envolverme, al tiempo en que mis pies dejaron de tocar el suelo. Reconocería su olor en cualquier parte.

—¡Apestas! —grité, en medio del pasillo. Algunos estudiantes se nos quedaron viendo—. Asco, Nate. Al menos dúchate antes de salir.

—Nah, prefiero abrazar a mi conejita con el sudor aún reciente —refutó sonriendo, sin soltarme—. Así marco territorio.

Me sonrojé ligeramente tras sus palabras. Nathan tendría que aprender a moderar sus palabras si no quería que muriera de un infarto. Carol se alejó de nosotros, riendo. Se dirigió hacia nuestra última clase, acompañada con Stuart.

Nathan ya había terminado sus clases, por lo que el entrenador ya estaba torturándolo.

—¿Qué haces por aquí? —cuestioné apenas me dejó en el suelo.

—El entrenador me pidió que buscara el botiquín médico —explicó—. Tyler no midió su fuerza con un humano y le partió la nariz con un codazo.

Se me escapó un jadeo horrorizado. Sabía de primera mano la fuerza que los hombres lobos tenían. Pobre humano.

—¿Se encuentra bien?

—Sí, no fue gran casa —minimizó con un gesto en la mano.

Los pocos minutos libres se me estaban acabando, pero amaba conversar con Nathan. No quería irme a una aburrida clase de física con un nuevo profesor que sólo nos haría presentarnos, como si no nos conociéramos ya.

—Te veré luego —me despedí con una sonrisa, encaminándome hacia el aula.

Justo a tiempo, pensé aliviada. El profesor aún no había llegado. Me senté junto a Carol, quien parecía ansiosa. A su lado estaba Stuart, con el ceño fruncido. Jamás lo había visto con un mohín tan malhumorado, pero ahí se encontraba. ¿Habían discutido entre ellos?

—¿Ocurre algo?

—Estoy ansiosa por conocerlo —murmuró, mordisqueando su uña.

—Quédate tranquila, de seguro las demás exageran.

No lo hacían.

Abrí la boca de la impresión al sólo verlo. Era realmente un hombre impresionante. Tenía el cabello blanco, pero no de canas. De hecho, era un albino imponente. Su gesto era un poco serio, pero pareció sonreír al ver la reacción que había causado. Sus ojos eran azules, fríos. Sus facciones eran afiladas, mientras su gesto era impasible.

Un brujo.

Escuché la voz en mi cabeza. No sabía porque a veces, en muy pocas ocasiones, podía escuchar una pequeña y tenue voz en mi cabeza. Solía decirme algunos datos, como aquel. A veces creía que estaba loca, pero la verdad es que agradecía aquellos datos que me soltaba.

Miré a Carol, a quien los ojos le brillaban con fuerza al verlo.

—Buenas tardes —saludó con voz ronca y cautivante—. Soy el profesor Nicholas Jefferson. Pueden llamarme Jeff, si así lo prefieren.

Recorrió el salón con la mirada, para detenerse más tiempo del necesario en nada más y nada menos que mi gran amiga Carol.

No sabía cómo funcionaban las otras especies, pero la conexión de la que estaba siendo testigo era muy parecida a la conexión de los mates.

Interesante.

Stuart tampoco se perdió esa interacción. Oh, así que por eso estaba enfadado. El interés de Carol por el nuevo profesor le dieron celos... Pobre, lo compadecía aunque yo estaba en la misma situación.

Carraspeé fuertemente, intentando llamar la atención de ambos. Estábamos en un salón repleto de humanos que no tenían la menor idea de lo que estaba sucediendo, no podían darse el lujo de quedarse viendo fijamente a los ojos por horas.

El profesor parpadeó, saliendo del trance en que era víctima. Intentó seguir con la clase con normalidad, pero notaba que estaba super atento a cada uno de los gestos de mi amiga.

Comenzó con las presentaciones, aunque algo me dijo que eso no era exactamente lo que él había planeado. Sabía que lo hizo sólo por Carol, quería saber más de ella. Frunciendo el ceño, analicé todos sus movimientos. Algo en él no me agradaba, no del todo. ¿Por qué un brujo estaría conectado con una humana? ¡No tenía sentido!

Cuando fue mi turno, me levanté del asiento con una sonrisa sarcástica.

—Soy Eleanna, tengo 17 años y no soy el objetivo de su atención, así que por favor sigamos.

Mis compañeros rieron, mientras que las pálidas mejillas del profesor comenzaron a pintarse de un rojo profundo. Lo había avergonzado un poco, pero no mentía.

—Mi nombre es Carol Rivers, tengo 17 años, me gusta pintar y dibujar, odio el atún y me gustaría convertirme en una artista profesional —soltó todo de golpe, para luego taparse la boca, avergonzada.

El maldito brujo la había hecho hablar con un hechizo. Me enfadó, no podía estar usando sus poderes, así como así con mi amiga. Tendría una larga e interesante conversación con él.

Nadie más notó la sonrisa de satisfacción que aquel brujo había soltado, orgulloso de conocer más de lo que parecía ser su mate. Nadie, excepto quizás por Stuart, quien parecía tener problemas para controlarse. ¿Él también había notado su magia? Eso parecía.

Aquel brujo no tenía idea de con quien se estaba metiendo. Carol era mi amiga y no iba a permitir que un brujo jugara con ella.

Carol se pasó el resto de la clase con las mejillas sonrojadas. Me burlaría de eso más tarde, ahora lo importante era dejar claro los límites. Cuando las clases terminaron, salió corriendo sin ver atrás. Stuart la siguió, sin dedicarme más que una mirada de desolación.

De seguro la acompañaría a su casa. Stuart y Carol eran muy amigos, sin importar los sentimientos no correspondidos de Stuart. Él la cuidaba casi tanto como Nathan solía cuidarme a mí.

Ahora me quedaría sola mientras esperaba a que Nathan estuviera libre, pensé con un mohín.

Mejor así, ahora era mi turno de actuar. Sí, no era más que una humana, pero eso no me detendría al momento de cuidar a mi mejor amiga. Si él estaba causando que ella se sintiera atraída hacia él con magia, o si tan solo tenía intenciones de usar sus poderes en ella, entonces yo estaría ahí para protegerla.

—¡Profesor! —grité, puesto que estaba alejándose bastante rápido.

Se detuvo tras mi grito, esperándome en el pasillo. Su camisa azul se ajustaba a sus músculos. Sus cejas y sus pestañas eran de ese increíble color blanco, impresionantes. Incluso para mí, que había visto mil cosas mitológicas, me sorprendía.

—Señorita Liliana —saludó con cortesía—. ¿En qué puedo ayudarla?

—Eleanna —gruñí, una mala maña que había tomado prestada de los lobos.

—¿Disculpa?

—Me llamo Eleanna.

El brujo hizo un gesto con la mano para restarle importancia. Acababa de decirle mi nombre durante la clase, no podía solo ignorarlo como si no hubiera dicho nada.

Bastardo.

—¿En qué puedo ayudarla? —repitió.

—Vi tu interés en Carol, brujo —escupí. para su sorpresa—. No te diré que te alejes de ella, pero no voy a permitir que vuelvas a usar tus poderes en ella.

—¿Y quién te crees que eres tú? —preguntó con una sonrisa amenazante—. Una niñata humana que se cree la gran cosa.

Me tomó con fuerza del brazo, acercando su rostro al mío. No tenía miedo. Debía estar aterrada, temblando del terror. Sin embargo, lo enfrenté sin dudas, elevando mi rostro hacia él. Lució sorprendido al no lograrme intimidar.

Podría destruirme en segundos si el brujo lo deseaba, pero yo no tenía miedo. Había conocido a algunos brujos en mi tiempo en la manada. Todos eran soberbios, se creían más sabios e inteligentes que nadie.

Y el alfa, tan astuto como siempre, me enseñó que jamás debía bajar la mirada hacia nadie, que no fuera mi alfa. Incluso si yo no era parte de la manada, debía mostrarme como si lo fuera.

—Esa niñata humana es mía, así que aleja tus sucias manos de ella, brujito —escuché la voz de Nathan a mis espaldas.

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