Capítulo 8

—¡Ja! —exclamé, victoriosa—. Te he ganado, de nuevo.

—No es justo, Elle —refunfuñó Nathan, haciendo un puchero y lanzando el control de la consola a la otra punta del sofá—. Estoy seguro de que hiciste trampa.

—¿Trampa? —pregunté con fingido enfado—. No es mi culpa que seas un asco en este juego.

—¡Ese personaje hace trampa! No es posible que siempre me ganes cuando lo usas.

—Es el poder femenino, cariño —resumí, alborotándole el cabello.

Llevábamos horas en el sofá. Pasamos de ver un par de películas, una romántica para mí y una de terror para él, a jugar videojuegos. Después de pasar toda una vida jugando con Nate, me había vuelto toda una experta en los juegos de pelea.

Lo que a él lo avergonzaba, por supuesto. Jamás le ganaría en una pelea cuerpo a cuerpo, yo era una débil humana y él no era un hombre lobo normal, era el futuro alfa, el más fuerte de todos. Así que aprovechaba los juegos de pelea donde él y yo teníamos las mismas posibilidades para darle una paliza.

Era simple ganar, solo que él no se daba cuenta. Nate escogía siempre a los personajes más fuertes y poderosos, mientras que yo me decantaba por personajes rápidos y ligeros. Sí, él me podía ganar si yo no era lo suficientemente escurridiza, pero por suerte para mí, había aprendido la manera exacta de ganarle. Mis golpes eran débiles, pero tan seguidos, que no le permitía atacar de vuelta.

Cuando éramos niños, Stuart, Tyler, Nate y yo nos la pasábamos jugando videojuegos en la mansión del alfa. Por supuesto, eso fue antes de que Tyler se convirtiera en un idiota y Stuart decidiera que tenía cosas mejores que hacer. Aunque de vez en cuando se unía, cuando estaba aburrido.

Así que la mayor parte del tiempo solo éramos Nathan y yo, juntos para todo.

—Estoy seguro de que haces trampa, algún día descubriré cómo lo haces —prometió.

Reí y le lancé una de mis palomitas. Estaba pasando uno de los mejores días de toda mi vida. Estar así, tan cerca, era el cielo para mí.

Siempre estábamos juntos, pero no siempre él tenía tanto tiempo libre. Extrañaba sentir que solo éramos un par de adolescentes. Desde hacía un par de meses, Nathan se preparaba para convertirse en el alfa de la manada, el líder. Desde entonces, estar juntos de esta manera, se convirtió en toda una osadía.

Y yo extrañaba sentir la cercanía de mi mejor amigo.

Pasó un brazo por mis hombros, atrayéndome hacia él al punto de que tuve que recostar mi cabeza en su hombro. Olisqueé su cabello, por alguna razón, él siempre olía a menta y pino. Quizás por pasar tanto tiempo en el bosque.

—Extrañaba estar así, solos tu y yo.

—Créeme, yo también te extrañaba —admití—. Desde que comenzaste a entrenar para hacerte cargo de la manada, has estado tan ocupado.

—Lo siento, Elle. Te he dejado un poco sola. ¿Cierto?

—Está bien —sonreí—. Ahora estamos juntos. Deberíamos hacer esto al menos una vez a la semana —sugerí.

—¡Lo llamaremos el día de Elle! —exclamó, entusiasmado—. Será un día completamente dedicado a ti, puedo tomarme un día libre a la semana. Que mi padre se joda, no necesito tanto entrenamiento.

Me gustó que se entusiasmara tanto con la idea de estar conmigo. Me gustó que sintiera lo mismo que yo, que pudiera entender sin necesidad de palabras, sin que tuviera que decirle que necesitaba pasar más tiempo con él. Teníamos esa clase de conexión. No era necesario decir que era lo que queríamos, ambos simplemente lo sabíamos.

Aunque sabía que no ocurriría. El alfa jamás permitiría que se escapara una vez a la semana solo para escaparse conmigo, pero soñar estaba bien.

No entendía cómo es que él no notaba que yo era su mate. ¿Cómo no se daba cuenta de que estábamos conectados? ¿Acaso él no sentía lo mismo que yo? A veces, solo algunas veces, me provocaba enfrentarme a él. Pararme frente a él, mirarlo a los ojos y decirle "¡Hey, idiota! Estoy justo aquí, deja de buscar en otra parte. Tu alma gemela está frente a tus narices, imbécil".

Por el momento, tendría que conformarme con su amistad.

—Te quiero, Elle —murmuró contra mi cabello, somnoliento.

Ya estaba oscureciendo, de hecho, pronto tendría que acostarme a dormir. Los hombres lobos podían dormir un par de horas y estar satisfechos, yo en cambio, no era una persona a menos que durmiera unas seis horas al día como mínimo.

Era extraño que Nate tuviera sueño, quizás estaba muy cansado por todos sus deberes como futuro alfa, quizás yo le daba paz y podía dormir, sintiéndose a salvo.

No lo sabía.

—Yo te amo, Nate —susurré, cuando cayó dormido.

Me acurruqué junto a él, sin importarme que alguien pudiera aparecer en cualquier momento. La calidez de su cuerpo me dio la paz que no sabía que necesitaba. Él se burlaba de mí llamándome conejita, pero en ocasiones como esta, me sentía como una. Tan pequeña, buscando refugio en el calor de un gran lobo.

¿Él me mantendría a salvo? ¿O quizás su parte de depredador ganara la batalla?

¿Podría confiarle mi corazón a Nathan? Siempre pensaba en ello. Ni siquiera tenía la certeza de que yo era su mate. ¿Y si estaba equivocada? ¿Y si alguien más era la dueña de su corazón? ¿Mi corazón lo resistiría? ¿Podría ver a Nathan junto a alguien más?

Me dolió de solo imaginarlo, cayendo en brazos de Morfeo con el ceño fruncido y mil preguntas en la mente.

Los estruendos en la parte baja de la mansión hicieron que me despertara. Asustada, vi la hora. Eran las diez de la noche, no era normal que hubiera tanto escándalo a esta hora. Por lo general, los lobos de la manada solían estar rondando por la mansión, siempre atentos, siempre alertas. Pero no provocaban ese tipo de ruido, no. Todo lo contrario, eran tan callados que casi nadie podía detectarlos.

Nate se sentó a mi lado, alarmado. Casi pude imaginarme unas orejitas de lobos en su cabeza, bien levantadas para escuchar con atención. Reí por lo bajo, obteniendo una mala mirada de su parte, como si supiera exactamente lo que estaba pensando.

En un movimiento rápido me colocó detrás de él, sus garras aparecieron mientras que sus colmillos crecían. Estaba a un solo paso de la transformación.

¿Estábamos siendo atacados? Nunca habíamos recibido un ataque desde que yo me había unido, pero el estado de alarma en Nate me puso nerviosa.

—¡Bebé! —gritó Rosie con su voz chillona desde la planta baja—. Ven a recibirme.

Puse los ojos en blanco de inmediato. Tantos nervios por nada, solo era la tonta de Rosie intentando joder a Nathan. Incluso el lobo junto a mí se mostró enfadado. Claro, el futuro alfa no debía bajar la guardia nunca.

Esta vez solo se trataba de Rosie, pero la próxima podría tratarse de un enemigo. No podía permitirse estar relajado, no a ese punto.

—¿Qué está haciendo ella aquí? —pregunté, un poco enojada.

—Supongo que ya lo averiguaremos —murmuró.

Bajamos las escaleras, encontrándonos con Rosie y tres grandes maletas en el recibidor. Apenas vio a Nathan se lanzó directa hacia sus brazos, casi llevándome por delante. Nate apenas logró alcanzarla, gracias a que estaba usando una micro falda, pude ver con claridad sus tangas. Me sonrojé, apartando la mirada. Estaba incomoda, molesta. No entendía nada de lo que estaba pasando.

¿Por qué parecía que vino para quedarse?

—¿Rosie? ¿Qué sucede?

—¡Vine a vivir contigo, bebé! —exclamó con alegría, abrazándolo de nuevo—. La futura luna de la manada no puede estar viviendo sola. ¿Sabes lo peligroso que es eso?

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