Leonardo acompañado por varios de esos hombres se dirigió al patio trasero, uno de ellos abrió la puerta para su jefe, Leonardo mostraba en su rostro plena satisfacción, lo disfrutaría a pesar de todo.
Las luces se encendieron, gruñidos y lamentos provenían desde el interior, trajeron una silla y la colocaron para su jefe; Leonardo zafó el cierre de su traje y tomó asiento.
—Espero que estén disfrutando de la estadía en este lugar. Quiero cumplir con sus fantasías y poder brindarles todo aquello que han imaginado, no tengo ninguna estrella, pero les aseguro que vivirán momentos intensos —habló Leonardo recostando la espalda en la silla.
Frente a él Sofía y Fabrizio temblaban sintiendo el temor recorrer por todo su cuerpo, ellos se encontraban atados a una silla y con su boca vendada.
—Durante este tiempo me he preguntado: ¿quién de los dos debería morir primero? —Leonardo con el dedo señaló—. Acaso serás tú —la punta de su dedo apuntaba directo al rostro de Sofía.
»Descubran a est