Lo que grita la sangre
El silencio de la mansión era un peso que oprimía el alma de Sophie, un silencio roto solo por el tic-tac del reloj que marcaba las tres de la madrugada, como si el tiempo mismo se burlara de su tormento. Sentada en el borde de su cama, en el ala este donde se había refugiado tras días de evitar a Logan, sostenía la medalla entre sus dedos temblorosos, su brillo opaco bajo la luz tenue de una lámpara. La ciudad entera parecía contener la respiración, pero en el pecho de Sophie rugía un huracán de dudas, un torbellino que amenazaba con arrancarla de su propia existencia.
Horas antes, en la penumbra de esa misma ala, Sophie había encontrado refugio en los brazos de Logan. Sus cuerpos se habían entrelazado con una pasión desesperada, un fuego que ardía con la urgencia de sanar las heridas que el escándalo de Juliana había abierto. Cada caricia, cada susurro de Logan, había sido una promesa renovada, un juramento de amor que confirmaba la verdad que él le había entre