Traición al descubierto
La furia de Sophie era un incendio que no conocía límites. Ardía en su pecho con cada latido, con cada recuerdo de sus hijos encerrados, con cada palabra venenosa que Mateo había pronunciado. La trampa de los documentos falsos —entregados con la sonrisa de una víbora disfrazada de redención— había destrozado lo poco que quedaba de su fe. Claudia. Siempre Claudia.
Esa mañana, Sophie ya no lloró. No tembló. No vaciló. Sus ojos verdes, enrojecidos pero firmes, reflejaban algo nuevo: decisión. Antes de salir, guardó en el bolsillo interior de su chaqueta una pequeña grabadora digital. James se la había dado con un solo consejo: “Si vas a enfrentarlos, consigue pruebas. No palabras.”
Los guardaespaldas de Mateo la seguían a distancia, pero ella los esquivó tomando un taxi en una calle lateral, dando un rodeo para despistarlos. Su destino: el apartamento de Claudia en Kensington.
El apartamento de Claudia en Kensington, con su fachada blanca como marfil y un portero v