Mateo enloquece
El comedor del apartamento de Sophie, normalmente lleno de risas y charlas infantiles, se convirtió en un campo de caos en un instante. El silencio sepulcral que siguió a las palabras de Alex —“Logan dijo que jugaría con nosotros otra vez”— fue roto por un estruendo ensordecedor. Mateo, con el rostro desencajado por una furia animal, se levantó de la mesa con tal violencia que la silla cayó al suelo. Sin mediar palabra, barrió todo lo que había sobre la mesa con un solo movimiento de su brazo: platos de porcelana, vasos de cristal, el puré de patatas y la ensalada de frutas que los trillizos estaban comiendo se estrellaron contra el suelo en una explosión de fragmentos y comida desparramada.
Los niños, Liam, Noah y Alex, comenzaron a llorar, sus pequeñas voces llenas de terror resonando en el aire. Sophie, con el corazón en la garganta, sintió que el tiempo se ralentizaba. Los ojos de sus hijos, abiertos de par en par, reflejaban el miedo puro mientras Mateo, fuera de