Mientras tanto, en el penthouse, el silencio era espeso, roto solo por el murmullo de la ciudad que vibraba más allá de los ventanales. Sophie estaba sentada frente a la pantalla del portátil, el rostro iluminado por la luz azulada de la videollamada con Elena Ramírez, quien desde Londres coordinaba la seguridad de los nuevos centros Renacer. Los trillizos dormían, y el eco de su respiración le parecía lo único verdaderamente seguro en su vida ahora mismo.
Sophie frotó su sien, como si pudiera borrar el nudo que crecía en su interior.
—Elena, necesito desahogarme —dijo finalmente, su voz más quebrada de lo que esperaba—. Es sobre Cassandra… no sé si estoy exagerando, pero siento que está moviendo hilos para quedarse con Logan. No solo en lo profesional. Es como si tejiera una red invisible a su alrededor… y él no lo ve.
Elena alzó una ceja desde su despacho, su estilo directo intacto.
—¿Celos, Sophie? Suena poco a tu estilo.
Sophie esbozó una risa breve, pero sin alegría.
—No son celo