La fundación y las grietas
La mañana en el Lower East Side de Manhattan era fría pero luminosa, el cielo despejado reflejándose en los ventanales del edificio renovado que albergaba el primer centro de ayuda de la Fundación Renacer. Una multitud se congregaba en la calle: periodistas con cámaras, líderes comunitarios, médicos especializados en genética, y familias curiosas, algunas de las cuales habían viajado desde otros estados con la esperanza de respuestas para sus hijos. Sophie Belmont, vestida con un blazer gris perla y una bufanda de cachemira que ondeaba con la brisa, sostenía unas tijeras doradas frente a una cinta roja. Los trillizos —Liam, Noah y Alex— estaban a su lado, sus rostros iluminados por la emoción, aunque sus ojos reflejaban una madurez inquietante para sus siete años. Logan, en un traje azul oscuro, observaba desde la primera fila, su presencia un ancla silenciosa.
Sophie tomó el micrófono, su voz resonando con una claridad que silenciaba el murmullo de la multit