En Escocia, el viento azotaba los acantilados con un lamento persistente mientras en una vieja casa de piedra, Dalia y Elena Ramírez trabajaban bajo la tenue luz de varias pantallas. El cuarto olía a café frío y tensión acumulada. Dalia, con el ceño fruncido y las gafas en equilibrio al borde de la nariz, golpeaba el teclado con precisión quirúrgica, mientras Elena caminaba de un lado a otro, cruzada de brazos, su mirada fija en el monitor como si esperara que el USB hablara por sí solo.
—Ahí está —murmuró Dalia, sus ojos brillando al detectar un patrón anómalo en el código hexadecimal—. Un mensaje oculto. Lo cifró con un algoritmo de capas… típico de Gael.
El silencio se volvió denso cuando la línea de texto emergió, revelando un mensaje de advertencia:
“El Proyecto Génesis no ha terminado. Los datos están a salvo, pero solo Sophie puede encontrarlos. Cuidado con Julian.”
Elena entrecerró los ojos. —Maldito bastardo... siempre tiene una carta escondida. —Se inclinó hacia la pantalla,