El estudio de televisión era un torbellino de luces cegadoras, cámaras inquietas y murmullos apagados que zumbaban como insectos voraces, acechando el mínimo temblor en el rostro de Sophie Taylor. La entrevista se transmitía en vivo a millones de espectadores, una arena silenciosa donde cada palabra podía salvarla o condenarla. Frente a ella, Carla Vega, la periodista de voz serena y reputación implacable, afinaba su tono con la precisión de un bisturí.
Sophie vestía un elegante vestido negro, sobrio pero imponente, que abrazaba sus curvas con contención. Su rostro, maquillado con esmero, ocultaba las ojeras de noches sin dormir, pero no el agotamiento emocional que se filtraba en sus ojos. Mantenía la barbilla alta, como un escudo, aunque sus manos temblaban discretamente en su regazo, traicionando el vendaval que rugía bajo la superficie. En su mente aún ardían las imágenes del sobre anónimo: Lucas y Juliana, juntos, riendo, planeando su caída como dos hienas sedientas.
Pero esa noc