DOMINIC FALKNER
—Dominic, cometí un grave error que hasta el momento me pesa —dijo Melanie mientras esperábamos en la sala del hospital. Peter se había quedado en los asientos, con la mirada perdida en el piso y un semblante pálido—. Sé que las decisiones que tomé te lastimaron y que… huir no mejoró la situación.
Mientras yo me mantenía con la mirada fija en el horizonte a través de la ventana, ella se acercaba cada vez más. Su voz entrecortada me avisaba que estaba intentando controlar su llanto.
—Todos los días recuerdo lo que tuvimos y me siento tan arrepentida, porque tú fuiste lo mejor que me pasó y no lo valoré —agregó posando su mano en mi brazo, apretándolo con suavidad, conteniendo su desesperación—. Creo que esta puede ser una oportunidad muy valiosa para los tres.
Volteé hacia ella. Seguía siendo la mujer hermosa y de apariencia perfecta que recordaba, pero algo había cambiado.
—¿Señor Falkner? —preguntó una enfermera interrumpiéndonos. Di media vuelta y me acerqué a mi hijo para llevarlo de la mano hacia el consultorio donde tomarían las muestras.
Melanie esperó que fuera por ella, que le dijera algo, pero yo seguí mi camino y tuvo que trotar para poder alcanzarnos.
Dentro ya había médicos con todo el material listo.
—¿Papá? —preguntó Peter aferrándose con ambas manos a la mía.
—Tranquilo, solo tomarán unas muestras, no será doloroso —solté con calma. Tal vez tuve que ser más cariñoso y reconfortante, pero Peter me conocía y con esas palabras fue suficiente. Se sentó en una de las sillas y en completo silencio los doctores le hicieron un hisopado bucal al igual que a Melanie.
La tranquilidad con la que aceptaba la prueba ya era suficiente para comprobar que estaba segura de que Peter era su hijo, pero aún así no planeaba dejar cabos sueltos. Prefería un papel oficial por encima de solo su palabra.
Entonces recordé a Sienna, la manera en la que respondió a la maternidad de Peter, como perdió la cabeza y lloró desesperada. No me causaba orgullo haberla dejado llorando en medio de la calle, pero me urgía realizar el estudio. Cuando llegara a casa hablaría seriamente con ella, esperando que mi explicación fuera suficiente para reconfortarla, aunque fuera un poco.
—Listo —dijo el médico mientras se quitaba los guantes de látex—. Los resultados estarán listos entre cinco y diez días hábiles a partir de hoy.
Soltó con una sonrisa relajada, como si fuera suficiente.
—Lo quiero antes —solté de inmediato, manteniendo mi mirada sobre él, conteniendo mis ganas de gritarle en la cara por tan ofensiva oferta de diez días hábiles.
—¿Antes? Señor Falkner no es tan fácil. Los marcadores de ADN…
—¿Está sordo? Quiero el resultado cuanto antes —insistí entornando la mirada, sintiendo que estaba al borde de mi paciencia.
De pronto se vieron entre colegas y compartieron gestos, como si estuvieran teniendo una discusión silenciosa.
—El tiempo de espera se puede recortar hasta a dos días hábiles. Es lo máximo que podemos ofrecerle —contestó tronándose los dedos—. Le juro que menos tiempo es imposible si desea datos reales y verídicos.
Torcí los ojos antes de extender mi mano hacia Peter para que se bajara de la silla y viniera hacia mí.
—Bien… —contesté no muy de acuerdo. Saqué mi chequera y puse una cantidad exorbitante que no solo cubría los costos de la prueba sino también compensaba las prisas con las que harían el estudio, y un poco más. No quería quejas.
Le entregué el papel al médico, dejándolo sorprendido. Di media vuelta y salí con Peter de mi mano.
—Papá… Mamá parecía muy triste cuando la dejamos en la escuela —dijo Peter limpiándose las lágrimas residuales que le quedaban en el rostro—. ¿Crees que será bueno si le compramos algo para hacerla feliz?
Durante todos esos años, siempre le compraba algo a Sienna cuando algo en mi comportamiento la ponía triste. Algo me decía que un abrazo no mejoraría nada, y no estaba acostumbrado a pedir perdón, jamás lo hacía, pero ella siempre recibía algún vestido costoso, joyas que podían competir en brillo con las estrellas y cenas en restaurantes ostentosos y refinados.
—¡Dominic! —exclamó Melanie corriendo detrás de nosotros. De inmediato Peter se escondió detrás de mí—. Por favor, solo hablemos… ¿quieres? Cuando veas que en verdad yo soy la madre de Peter, podríamos empezar a vivir como una familia de verdad.
—Imposible —contesté con calma, sin darle muchas vueltas mientras revisaba mi reloj de pulso.
—¿Por? —insistió Melanie dando un paso temeroso hacia mí—. ¿No recuerdas lo bien que estábamos juntos antes?
—No tengo tiempo para echar un vistazo hacia el pasado, prefiero enfocarme en el futuro —agregué dedicándole una mirada fría e intolerante—. Si eres la madre de Peter, no te quiero cerca, no te daré su custodia, ni siquiera visitas. No te quiero en nuestras vidas. Ya tengo una familia y no planeó que tu presencia lo arruine todo.
Mi voz salió con un tono apático, con fastidio, y Melanie lo notó. Retrocedió como si cada palabra fuera un golpe directo al corazón.
—¿Es por ella? —preguntó casi en un susurro—. ¿Sienna?
—Mi esposa —contesté inhalando profundamente—. Para ti, señora Falkner. No vuelvas a usar su nombre de pila, ese solo yo puedo.
Melanie apretó los labios y una lágrima cayó por su mejilla, parecía que comenzaba a comprender.
—¿En verdad la amas? Ella ni siquiera te llega a los talones… —susurró indignada, entornando la mirada con escepticismo.
—Ella es mi esposa. Yo que tú contenía mi lengua. Pon un precio a tu ausencia y no te metas en más problemas. Si el día que lleguen los resultados, resulta que eres la madre biológica de Peter, te entregaré la suma de dinero que hayas pedido, pero si no, entonces tendrás que aprender que no puedes intentar engañarme y manipularme —solté con voz suave, dejando que mis palabras se mantuvieran en el aire, flotando entre nosotros—. Si estás consciente de que me estás mintiendo, mejor huye del país, pero si no, tendrás tu dinero en dos días.
Antes de que Melanie pudiera responder algo, mi teléfono comenzó a sonar con insistencia. Era mi ayudante quien llamaba.
—¿Qué ocurre? Estoy ocupado —sentencié con el ceño fruncido mientras me dirigía de nuevo hacia las puertas del hospital.
—Se trata de la señora Falkner —susurró con cautela y presentí que lo que me tenía que decir me iba a hacer enojar—. Se encontró con otro hombre.
Me detuve justo cuando estábamos en la acera. El teléfono volvió a vibrar y la vi, plasmada en fotografías, abrazando a un hombre al cual no podía verle la cara. Su cercanía era demasiada y sentí como se me retorcía el estómago.