La primera mirada

05 de Mayo de 1811, Londres.

La mansión de los Marqueses de Rauscher estaba abarrotada, parecía un hervidero y el calor era, por poco, insoportable. No obstante, el salón estaba decorado con gigantescos ramos de flores exóticas, muy coloridas que impregnaban el lugar con su dulce aroma, los candelabros iluminaban la estancia gloriosamente y los sirvientes vestidos con sus libreas, de los colores característicos de la familia Luddington, andaban para allá y para acá con bandejas de plata llenas de bebidas, dulces y aperitivos.

El acontecimiento era uno de los más esperados de la semana, pues, la sobrina del marqués sería presentada ante la sociedad esa noche, la joven dama había pasado su adolescencia en una escuela de señoritas a las afueras de la ciudad, razón por la cual todos estaban expectantes de ver cómo le había favorecido, o no, la pubertad. Los integrantes de la familia Rauscher tenían un aspecto bastante definido, en su mayoría eran de piel pálida y tersa, cabellos oscuros y ojos de un gris deslumbrante, así que eso era lo que se rumoreaba, mientras todos esperaban ansiosos por la joven que pronto sería anunciada en el balcón para dar su primer baile junto a sus pares. Su padre, el hermano menor del marqués, era un general del ejército con incalculables medallas y condecoraciones, mientras que la madre era la hija de un marqués, algo destacable sería que los integrantes de la rama principal de la familia Luddington, no permitían que sus hijos e hijas se casaran con personas ajenas a familias de marqueses, por ende, los hombres se desposaban con las hijas de algún marqués (de buena reputación claro está), y las mujeres no se podían permitir otra cosa que no fuera atrapar a un marqués en sí mismo.

La familia Rauscher era muy influyente y tenían un círculo cercano de allegados, sin embargo, a la hora de mostrar su influencia no andaban por las ramas y lo hacían a lo grande, sus celebraciones eran de las más extravagantes que existían, derrochaban poder, dinero, lujo y prestigio.

‒ ¿Era realmente necesario que viniéramos a esta velada? ‒ preguntó Marcus con hastío y una mueca que poco disimulaba su falta de entusiasmo.

‒ Un caballero debe asistir a esta clase de eventos, es nuestro lugar ‒  dijo Benedict mirándolo con reproche.

‒  ¡Yo estoy deleitado de haber venido! ‒  mencionó James, pues tenía una extraña sensación que le recorría el cuerpo.

‒ ¿¡Y cómo no!? Es tu primer evento siendo totalmente libre ‒ añadió Sebastian ‒. Madre nos dijo que Benedict te proporcionó tus deberes y eres libre de administrar tus propiedades.

‒ Sí, estoy muy orgullosa, mi amor ‒ le dijo su madre acunando su mejilla con su mano enguantada.

‒ No veo la hora de que todos lleguen a este punto ‒ convino Benedict tomando un sorbo de champagne.

‒ Igual te seguirá dando “consejos” de lo que debes hacer, ten cuidado ‒ le susurró Marcus al oído en un descuido del vizconde, y James no pudo evitar echarse a reír.

‒ ¿Ya todos se anotaron en la lista para bailar con Lady Penélope? ‒ preguntó su madre muy seriamente, mientras le hacía señas al sirviente que llevaba la lista en una bandeja de plata ‒. Todos lo harán, la familia Rauscher es muy importante, debemos estar bien con nuestros pares ‒ afirmó al ver la cara contrariada de Marcus, a él nunca le habían simpatizado este tipo de eventos.

Benedict tomó la pluma y anotó su nombre con gran parsimonia, después fue el turno de Marcus que garabateó su nombre con rapidez, luego Sebastian usó su mejor caligrafía, de verdad que disfrutaba ser un duque y todo lo que esto significaba, finalmente le entregaron la pluma a él, pero se distrajo con algo que escuchó a la distancia.

‒ Alguien, por favor ‒  comenzó Sebastian ‒ que me recuerde ¿por qué tenemos la grata compañía de Colin esta noche? ‒ miró a Benedict con las cejas elevadas tras haber visto al joven de dieciocho años reír a carcajadas alrededor de una pila de matronas que no lo pensarían dos veces para aunarlo a alguna de sus hijas.

‒ Si no tiene cuidado terminará comprometido ‒ susurró James, volteando en dirección a su joven hermano de cabellos castaños. Posó los ojos sobre el papel una vez más y en el último momento se le vino una idea a la cabeza, así que escribió: Colin Elwes, Vizconde de Brightwall.

‒ Ya tiene edad para asistir a los bailes y estoy cansada de encontrar alguna jugarreta cada que lo dejo en casa con Derek ¡Tenía que separarlos! ‒ dijo su madre con una sonrisa.

‒ James, ve a buscarlo, por favor, antes de que yo lo tomé de las orejas ‒ comentó Benedict exasperado ‒. Esas mujeres no perdonaran ningún desliz.

Dejó el papel sobre la bandeja de plata, el sirviente se marchó y James se encaminó en dirección a su hermano. Colin era muy risueño, un adolescente bastante animado, con una palabra de aliento para quien lo quisiera escuchar y era conocido por inventar bromas junto a Derek, su aspecto físico era aceptable, delgado, alto y de cabellos castaños, pero la particularidad de Colin eran sus ojos, uno era de color verde y el otro marrón, específicamente el ojo derecho era de un color verde aceituna, mientras que el izquierdo era de un marrón claro, y aunque era una anomalía que podría escandalizar a las personas, la diferencia de tonalidades no se percataba a menos que se mirara a los ojos del joven por más tiempo del estrictamente necesario durante una conversación.

Colin y Derek tenían esa anomalía en común, sus ojos tenían tonalidades diferentes y físicamente se parecían demasiado para sólo ser medios hermanos, todos lo notaban pero nadie osaba a decir palabra al respecto, y en casa, por supuesto, todos sabían que los ocho eran hermanos y que el resto, sencillamente, no importaba.

‒ Buenas noches, señoras, que velada tan exquisita ‒ comentó entrando al círculo de matronas.

Eran alrededor de cinco, no comprendía cómo Colin no se había dado cuenta de que estaba en una zona roja y de alto peligro, las hijas de las susodichas aún no regresaban pero la cuadrilla estaba llegando a su fin y pronto estarían bajo las faldas de sus respectivas madres, y definitivamente ninguno de los dos debería estar allí para cuando ese momento llegara.

‒ Lord Blakewells, cada día está más guapo ‒ comenzaron a elogiarlo, algo que le molestaba sobremanera, él no era como Sebastian ni mucho menos.

‒ Me temo que mi hermano requiere la presencia del Vizconde de Brightwall de inmediato ‒ anunció. Todas comenzaron a quejarse, una detrás de la otra.

‒ ¿Es realmente necesario? ‒ preguntó Colin, y James sintió la necesidad de apretarle la garganta hasta que dejara de respirar.

‒ Benedict requiere de tu presencia, ¡ya mismo! ‒ no esperó respuesta y lo tomó del brazo, a pesar de las protestas de las señoras. Su hermano se quejó pero no hizo ademan de querer soltar su agarre.

Caminaron en silencio por unos segundos, no soltaba a Colin del brazo, no por miedo a que se escapara sino por el placer de propinarle algo de dolor en el camino. De repente se escuchó una voz desde el balcón, Lord Rauscher se encontraba junto a su esposa, su hermano y su cuñada.

Era el momento más esperado, había llegado la hora de la presentación.

‒ Es para mí un verdadero honor, presentar ante ustedes a mi queridísima sobrina, la ejemplar y adorable: Lady Penélope Luddington.

El Marqués continuó hablando pero James no siguió escuchando. Percibió como todos en la sala contuvieron el aliento en el preciso momento en el que la joven dama dio un paso al frente y se mostró ante los presentes. Su belleza era incalculable; su piel blanca y tersa, del color de las flores blancas en primavera; cabello oscuro como la noche, recogido en un intricado peinado que decoraba con una tiara de piedras azules; su vestido inmaculadamente blanco, con ribetes y encajes; guantes de seda que cubrían sus manos y brazos hasta el codo; y su sonrisa… vaya, su sonrisa, no tenía palabras para describirla, su expresión era alegre, lozana, estaba llena de júbilo y se veía radiante, como si supiera que ese era su lugar en el mundo y que nadie le llevaría la contraria.

James estaba totalmente embelesado ante la belleza y gracia de Lady Penélope. No creía ser el único, pues, quién en su sano juicio podría ignorar a la dama que tenían frente a ellos ¡nadie! Ella había arrancado un suspiro colectivo que se expandía por el salón y todos los que se anotaron en la lista debían sentir la dicha de… movió la cabeza en un movimiento brusco.

¿Por qué había hecho aquello? En vez de colocar su nombre, en su lugar había escrito el de Colin. Volteó a mirar a su joven hermano, quien miraba, con la boca medio abierta, perdidamente a la joven que seguía sonriendo y saludando a la multitud.

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