El bochorno de Amelia

Evangeline se mantenía alerta cada vez que escuchaba a alguien acercarse a la puerta principal, pues si Amelia regresaba con la Marquesa de Wrightwood debía salir corriendo y esconderse debajo de las piedras.

‒ ¿Qué sucede, Amelia? ‒ preguntó a su prima, quien venía entrando a la mansión con una cara de pocos amigos en compañía de un caballero alto y muy guapo, demasiado guapo diría ella, para la salud de las jovencitas virginales que seguramente se desvanecían en su presencia.

‒ Sucede que este ha sido el día más vergonzoso de mi existencia ‒ se quejó con grandilocuencia ‒. Mi hermano debe estar en el despacho, Lord Brightwall ‒ se dirigió al joven que estaba junto a ella mientras señalaba al pasillo que daba a la estancia mencionada. El caballero vestía unas ropas finas y su porte era agraciado, lo que a ella le llamaba más la atención era una sortija dorada con una piedra amarilla que destellaba sin medidas en el dedo anular de su mano derecha. Evangeline se percató de que era uno
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