Licor y risas

Tras seguir charlando acerca de la vida de Lady Wrightwood, su esposo, su próximo casi posible divorcio y su futura caída en la alta sociedad, dieron el almuerzo de Amelia por terminado y salieron juntas de comedor en dirección al corredor que daba al vestíbulo.

‒ Muchas gracias, Eva, por siempre estar aquí para mí ‒ la tomó de ambas manos, la joven tenía las suyas enguantadas y ella añoró sus propios guantes, no tenía un segundo par y no quería pedirle a su tía que le comprara alguno, así que sonrió con nostalgia tratando de disipar las lágrimas que se le querían acumular en los ojos.

‒ No tienes nada que agradecer, Amelia, me alegra mucho estar aquí y convivir con ustedes ‒ sonrió con agrado y elevó el rostro para mirarla a los ojos, su prima era más alta que ella pero estaban casi a la misma altura.

‒ ¿Incluso cuando Thomas es un fastidio? ‒ le preguntó con una sonrisa pícara en complicidad, una de las actividades favoritas de Amelia era quejarse y burlarse de su hermanos mayor,
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