Fernanda vivía feliz con su abuelo, hasta que la muerte los separó y desde ese fatídico día su vida cambio al tener que vivir con la mujer que le dio la vida y nunca la amo. Con el paso de los años se aferró a sus recuerdos y sueños, también a las personas que le brindaron un amor sincero. En aquella nueva etapa de su vida, el destino le presentó a muchas personas que sin saberlo se volverían parte de sus pesadillas, de su vida diaria; donde conocería el amor, la amistad; la maldad e incluso el egoísmo. Donde la vida le demostraría hasta qué punto el amor y la amistad pueden o no ser reales y leales, donde la maldad y crueldad pueden cambiarte, hasta que solo el deseo de venganza es lo único que motive tu corazón. ¿Será el amor, el odio, la amistad o la venganza el que triunfe al final?
Leer másDesde que tengo uso de razón, siempre viví con mi abuelo en un pequeño pueblo lejos de la ciudad. Él era la única persona que me amó y vivió cuidándome; haciéndome sentir querida y apreciada. Desgraciadamente mi felicidad con él, término cuando tenía 10 años; él falleció y tuve que mudarme con mi madre, mujer que nunca conocí y que sé que me odiaba.
Ella vivía en una casa enorme en la gran ciudad con su esposo, un hombre con mucho poder y su hijastro, un niño malo hasta los huesos.
—Entra— repitió mi madre Rebecca con mala cara haciéndome ingresar en un pequeño cuarto detrás de la gran casa,
—Ponte cómoda. Este será tu nuevo hogar— fueron las únicas palabras que me dijo el día en que llegue a su vida de nuevo.
Cerró la puerta dando un golpe y me dejó sola a mi suerte y con el corazón herido.
— Abuelito que falta me haces, que aré ahora sola aquí sin ti… — repliqué esas palabras una y otra vez, llorando; tirada en la pequeña cama que había en ese lugar, hasta que el cansancio se apoderó de mí y me quedé dormida.
Toc, toc …
—¿Estás despierta pequeña?
Entreabrí los ojos al escuchar una dulce vos detrás de la puerta que no conocía
— ¿Quién eres? — pregunté con la vos apagada y arrastrándome de la cama, abrí la puerta.
—Hola buenos días, me llamo Clara; soy el ama de llaves y cocinera de esta casa— sonrió,
— ¿Puedo pasar?
— Sí, si perdón; adelante — le dije apartándome de la puerta, dándole espacio para que entrara con una linda charola en la mano.
—Te traje el desayuno. Un rico jugo de naranja y unos huevos revueltos con panceta; espero te gusten.
Levantó la tapa de la charola y me apresuró a sentarme para comer antes de que se enfriara
— Gracias — respondí con la boca llena mostrando una sonrisa para complacerla.
Luego de desayunar, Clara me explicó las reglas que le había dicho mi madre Rebecca. Me ayudó a vestirme, peinarme y luego la acompañé a la cocina donde conocí al chofer Renato y a Blanca la mucama.
Las reglas eran claras; no entrar en la casa grande cuando la familia de mi madre este en ella, ayudar a Clara y Blanca en las labores domésticas; ir al colegio y no decir quién era mi madre ni causar ningún tipo de problema o sería castigada.
En fin, de manera clara entendí el mensaje de mi madre, yo era solo una arrimada que debía ganarse el pan y no ocasionar problemas…
Mis mañanas se volvieron monótonas, me levantaba muy temprano para ayudar a Clara y Blanca en las labores domésticas hasta el mediodía, luego iba al colegio donde no tenía amigos; gracias a Bruno, mi hermanastro que hacía de mis días un infierno. Al volver a casa hacia mis deberes y a veces pasaba el rato jugando a las cartas con Renato, el chofer era un hombre muy divertido y siempre la pasaba bien jugando con él.
Los años pasaron en la misma rutina, mi madre y Bruno disfrutaban haciéndome desprecios y castigos por cosas que no hacía, por otro lado, José; el marido de Rebecca, solo me miraba de una forma que me daba miedo cada vez que me cruzaba en la puerta de la casa grande.
Clara, Blanca y Renato eran los únicos que me trataban con cariño y respeto, ellos se volvieron mi familia.
Al cumplir los 18 años; Clara me regaló una cadenita con un dije precioso, era la letra ¨F¨ de mi nombre Fernanda, pero todos me decían Fer, esa cadenita era mi tesoro más preciado junto a un anillo que me dio mi abuelo antes de morir, jamás me los quitaba.
Mi tiempo de estudiante había terminado en un abrir y cerrar de ojos y gracias a mis horas de estudio logré tener una beca para una de las universidades prestigiosas del país, ahí cumpliría mi sueño; volverme una doctora de éxito, claro si mi madre me firmaba el permiso para poder ingresar, aunque; ya era una adulta joven para la sociedad, la Universidad aún se regía por leyes de una época pasada.
Eran las 9 de la noche y luego de armarme de valor todo el día, por fin me decidí a hablar con Rebecca. Toc, toc; golpeé su puerta con temor.
— ¿Puedo pasar? — pregunté llena de valor a pesar de que mis piernas temblaban,
— Que quieres Fernanda, ¿no ves que estoy ocupada?
— Estas no son horas para que estés en mi casa, sabes de sobra cuál es tu lugar — replicó sin mirarme en ningún momento mientras se ponía los ruleros,
— Sí, lo sé — respondí mirando el suelo
— Pero… necesito que me firmes el permiso para poder ingresar en la universidad.
— ¡Olvídalo!, ¿crees que yo voy a pagarte una universidad?; ja, ja; ja estás muy loca. Si fuiste al colegio fue por obligación, pero nada más — me gritó sin pena alguna,
— No, no me estás entendiendo gane una…
— NADA; no me importa, vete a tu habitación y no salgas de ahí. Ya me disté dolor de cabeza, muchacha malcriada— me tomó del brazo y me sacó de la habitación tirándome al suelo con fuerza
— ¡Estas castigada entendiste!, no quiero verte frente a mí de nuevo o verás lo cruel que puedo ser— cerró la puerta de un golpe, dejándome en el suelo.
Me levanté del suelo con dificultad, tomando el sobre que estaba a mi lado y lo puse en mi pecho, abrazándolo con fuerza mientras caminaba rumbo a la cocina, intentando que una lágrima no callera, por lo menos no hasta que llegara a mi cuarto, no quería que nadie me viera así.
Esa noche volví a llorar con el alma… De la misma forma que cuando llegué a esa casa por primera vez, sabía que mi sueño podría no cumplirse, si ella no firmaba ese papel y no estaba dispuesta a aceptarlo. Mi sueño era lo único que me mantenía fuerte para aguantar todo lo malo de vivir ahí, cumplirlo era mi meta más preciada, quería que mi abuelo me viera ser alguien que triunfara en la vida y que estuviera orgulloso de mí desde donde este…
Un médico reconocido se enamoró de una bella mujer que llegó a su vida después de un accidente, ella era una arqueóloga de renombre; con una bondad enorme, para ella no había mal en el mundo; sino personas incomprendidas y malas decisiones. El amor entre ellos fue, a primera vista; amor que reflejo una unión que ni la muerte podría separar, misma que trajo a sus vidas el fruto más podrido de su preciosa historia, una bebé que sería el lado opuesto de todo lo que ellos representaban, una niña mala; egoísta, altanera; ventajosa, carente de humanidad; de bondad, a la que; de muy pequeña, dejaba notar el triste interés por lo material. Sus padres intentaron corregir su mal comportamiento con amor y comprensión; pues nunca quisieron comprender que la maldad en su interior era genuina, parte de su sistema, ella era el mismo mal encarnado en una mujer. Los problemas no demoraron en llegar, en la escuela había logrado fomentar el miedo en sus compañeros con su mera presencia, lo mismo ocu
Los días avanzaron con determinación, Aurora era una muy buena estudiante y aprendiz, todo lo que Juno le explicaba lo entendía a la perfección. Una tarde, un hombre que ella no conocía, llegó a la entrada y pidió ver al dueño de la casa a los gritos, Juno; que era el actual responsable por ambos hermanos, apresuró sus pasos para ver a aquel intruso. Llevándose una desagradable sorpresa al reconocer a uno de los hombres que tenían cautivo a su padre, desde la seguridad de la entrada de la casa, ella podía notar los movimientos nerviosos de este al escuchar las palabras del sujeto frente a él. Su preocupación solo fue en aumento al ver cómo Juno sacaba de la propiedad a aquel sujeto con amenazas. Uno de los trabajadores; se acercó a una distancia prudente del mismo con una escopeta en las manos, ese simple acto dejaba la hostilidad muy marcada en el ambiente. Ella caminó hacia él, que se mantuvo de pie en su sitio por un largo rato, apoyando su mano en su hombro con cautela, —
Clara nació un año después que la guerra haya llegado a su fin, hija de una familia de ciudad, vivió sus años de infancia de manera tranquila, fue única hija de la pareja; su madre dedico su vida a su cuidado, siendo una ama de casa con mucho esmero, su padre trabajaba en una fábrica de textiles largas jornadas y amaba tocar el violín. Desde muy pequeña mostró su amor por la cocina, aprendiendo con su madre, cada receta y cada truco de familia que venía desde anteriores generaciones. A la edad de nueve años, por fin, sus padres lograron cumplir el sueño de sus vidas, la tan deseada casa propia, casa que cuando ellos faltasen sería de Clara. En sus años de juventud, Clara fue muy diferente a las demás chicas de su edad, ella no soñaba con un marido perfecto; al contrario, ella soñaba con conocer a alguien que fuese su par. Ambos trabajarían, ambos cuidarían del hogar, ambos soñarían con una familia muy numerosa. Al cumplir los dieciocho años, su padre falleció en un incendio ocurrid
Juno acompañaba a su madre a dar una vuelta por la granja, como hacía buen tiempo, valía la pena dar un pequeño paseo. Su madre, que lo conocía a la perfección, notó lo sombrío en sus palabras, — ¿Quieres contarle a mamá lo que ocupa tus pensamientos? — le preguntó sujeta a su brazo, — No me ocurre nada, madre —contestó, ocultando la verdad, Clara no era boba, sabía lo que ocurría hace ya varios meses en su hogar, así que; dando unos minutos de silencio, optó por darle un consejo, —Ella se irá mañana, Juno, si lo que tu corazón siente es real; no la dejes marchar sin decírselo, no debes temerle al amor. Su hijo la escuchó, más no dijo nada, solo detuvo sus pasos dejando un beso en la mejilla de ella, para continuar su paseo un poco más. La tarde se había vuelto calurosa, Aurora; que cuidaba de un animal enfermo, decidió buscar para el mismo un poco de ración, yendo hacia el granero, no pudo evitar sonrojarse al verlo a él, entrando los fardos con calma y la camisa totalmente des
Cuando la tempestad tuvo fin, Aurora permaneció en contacto con su hermano y más aún con su sobrino. Ella comenzó a estudiar nuevamente lo que realmente amaba, ser veterinaria, pero no de ciudad; ella amaba los animales de granja y quería dedicarse a ellos. Aunque sus padres esperaban verla superarse de una forma distinta, nada pudieron hacer para que ella desistiera de sus sueños. Los primeros años fueron difíciles, pero ella nunca perdió la paciencia, mucho menos el control de sus emociones. El momento de pasar de lo escrito a la práctica había llegado al fin, muchas pequeñas granjas, aceptaban a pasantes para trabajar, ya que no tenían que pagarles, solo enseñarles y permitir que vivieran en el lugar. El gobierno pagaba un bono a cada estudiante y también a la granja que los acogía como incentivo para que su formación fuera lo más eficiente posible. Mira si es grande el destino y nuestros pasos muy chicos, que de todas las pequeñas granjas que habían comenzado a funcionar no hac
Andrea siempre se creyó superior a todas las personas y como no serlo si siempre tuvo todo a la mano. Su casamiento con Darek fue uno de esos momentos más felices de su vida, el chico número uno del equipo; el capitán, ese hombre que la volvía loca al grado de hacer el amor en alguna parte de la universidad. Planes prometedores no pasaron por alto en la planificación de su vida, estatus y seguridad social no faltaron, eran una pareja perfecta. Ella dedicaba su tiempo a verse como la realeza para él, cambiando ese enfoque en las noches, pues su deseo de que todo funcionara y de que ambos se sintieran completos no tenía límites, ni pudor. Las deliciosas guerras de sus sabanas, se llevaban la mitad de sus horas de sueño, pero eso no importaba. Por lo menos no para ella, Andrea era una feliz ama de casa con una vida muy cómoda. Sus únicas preocupaciones eran su apariencia y pensar en qué ordenarle a la cocinera para las comidas. Los problemas comenzaron cuando su hombre perdía más ho
Último capítulo