Capítulo setenta y uno. Volviendo a las raíces.
La casa estaba en silencio cuando Andreas se levantó.
El reloj marcaba las cuatro de la madrugada, y la luna se reflejaba sobre el mármol blanco del pasillo, derramando su luz sobre el suelo como un río de plata.
Cruzó la habitación sin encender las luces.
No necesitaba ver para saber dónde estaba cada cosa.
Esa mansión había sido su fortaleza, su trono… y ahora le parecía una prisión llena de fantasmas.
Sobre la mesa del vestidor dejó su anillo, el que llevaba grabado el escudo de los Konstantinos.
Junto a él, un sobre con una nota escrita a mano.
“Perdóname.
Necesito encontrar quién soy antes de seguir siendo lo que esperan de mí.”
Luego tomó su chaqueta, una pequeña bolsa con lo necesario y salió sin mirar atrás.
No podía.
Si lo hacía, si veía a Ariadna durmiendo con Helios entre sus brazos, sería incapaz de marcharse.
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