Capítulo cuarenta y nueve. El enemigo frente a frente.
El salón privado del hotel Astir Palace estaba vacío, excepto por dos hombres.
De un lado, Andreas Karras: impecablemente vestido, su porte imponente como un muro inquebrantable.
Del otro, Dimitrios Stavros: con su sonrisa torcida, el rostro curtido por los años y una arrogancia que se respiraba como veneno.
Entre ellos, una mesa de mármol separaba dos mundos: el poder legítimo y la corrupción vestida de éxito.
—Qué sorpresa verte sin tus guardaespaldas, Andreas —dijo Dimitrios, encendiendo un cigarrillo—. Pensé que ya no dabas un paso sin tus perros detrás.
Andreas ni se inmutó.
—No necesito protección para enfrentar a las ratas.
Dimitrios soltó una carcajada seca.
—Ah, ahí está el orgullo de los Karras. Siempre tan teatral. Pero dime… ¿cómo se siente ser el magnate cuya fortuna se desmorona frente a los ojos del mundo?
—Sigue soñando —replicó Andreas, apoyándose en la mesa con calma felina—. Tu pequeño espectáculo mediático fue