Capítulo diecinueve. La caída de Ariadna
El sonido del timbre retumbó como una sentencia de muerte en la villa Konstantinos. Era temprano, el sol apenas asomaba sobre Atenas, y el aire se sentía cargado, casi irrespirable.
Ariadna y Andreas se miraron sin decir palabra. Ambos sabían lo que ese timbre significaba.
El mayordomo abrió la puerta y el uniforme azul marino de la policía griega apareció como una sombra en el umbral.
—Señorita Ariadna López —dijo uno de los oficiales con voz firme—, queda detenida bajo la sospecha de fraude corporativo y complicidad en delitos financieros.
Ariadna retrocedió un paso, como si las palabras fueran un golpe físico.
—¿Qué? No… no, yo no…
Andreas se interpuso de inmediato, su figura imponente frente a los agentes.
—Esto es un error. Nadie se lleva a mi mujer de esta casa sin una orden judicial válida.
El oficial le mostró un documento sellado. Andreas lo arrancó de sus manos y lo leyó con rapidez. El papel temblaba entre sus dedos.
Era legal. Firma