Las preguntas lógicas de Maya la arrinconaron.
Yvonne, desesperada, levantó la mano y fue directo a abofetearla.
Maya se quedó quieta. No podía defenderse: Yvonne era la prometida de Alexander. Si la golpeaba, él se enfurecería. Cerró los ojos, preparada para el dolor.
Pero el golpe nunca llegó.
Pasaron unos segundos. Maya abrió los ojos y quedó paralizada.
Alexander sujetaba la muñeca de Yvonne en el aire, apretándola con fuerza.
Yvonne estaba igual de incrédula.
—Alexander…
—No me molestes durante la comida —dijo él con voz gélida antes de soltarle la mano con brusquedad—. Fuera.
Yvonne tropezó hacia atrás, luchando por recuperar la compostura. La vergüenza, el enojo y la impotencia se reflejaban en su rostro.
—Ya verás, Maya. ¡Encontraré pruebas! —escupió antes de lanzarle una mirada asesina y girar sobre sus talones para irse.
Maya pensó para sí misma que estaba en un grave problema por haber provocado a Yvonne.
Tenía que ser extremadamente cuidadosa.
Con cautela, miró a Alexander