Se sentó a la mesa del comedor y notó que ninguno de los camareros la miraba, lo que hizo la situación un poco menos vergonzosa.
Después de vomitar, tenía el estómago vacío.
—Yo… creo que tengo hambre —dijo Maya, llevándose una mano al vientre.
Alexander la miró con esos ojos profundos e insondables.
—¡No estoy mintiendo! Tengo hambre. ¡Viste cómo lo vomité todo! —se justificó Maya.
Alexander no respondió.
Ignorando su rostro imperturbable, Maya bajó la cabeza, tomó el postre de la mesa y empezó a comer.
—Mmm… delicioso —murmuró.
Realmente lo era. Maya no podía permitirse un postre tan caro con su situación financiera.
A lo lejos, la persona a cargo observó a Maya y suspiró aliviado. Había recibido la orden de no dejarla entrar aquel día por instrucciones del Grupo Golden. Pero, si algún día esta mujer llegaba a convertirse en la favorita de Alexander, estaría acabado si la ofendía otra vez.
En el camino de regreso, el ambiente en el auto estaba tenso.
Maya, sentada junto a la ventani