¿Qué vendrá ahora?
Trató de levantarse para salir de la habitación, pero una sombra oscura se proyectó sobre ella. Maya alzó la mirada justo antes de ser empujada de nuevo al sofá.
—¡Argh!— gritó.
Alexander le lanzó el inhalador cerca de la cabeza y, sin previo aviso, arrancó su blusa. Sus hombros quedaron expuestos.
—¡No! —chilló Maya, aterrorizada.
Alexander se abalanzó sobre ella como una bestia. Sus ojos, oscuros y afilados como los de un águila, la examinaban sin dejar espacio para escapar.
—Ahora que encontramos tu inhalador —dijo con voz profunda— no importa si se pone difícil.
—No… no… —Maya empezó a hiperventilar, presa del pánico—. ¿Y mi cicatriz?…
Alexander ignoró sus intentos de resistencia. Su mano tiró con fuerza y la pretina de su pantalón cedió entre sus dedos.
—¡Argh!— exclamó ella, desesperada.
Entonces él se detuvo. Sus ojos se fijaron en su abdomen.
Había visto el tatuaje.
Unas enredaderas delicadas, misteriosas, bellas… pero debajo de ellas estaba la cicatriz: la