Maya miró el sofá, indecisa. ¿Debería acostarse? ¿Cómo se suponía que dormiría si no lo hacía? No podía pasar la noche entera sentada, ¿verdad?
Se preguntó por qué Alexander la mantenía allí.
No se escuchaba ningún sonido proveniente del dormitorio. Era como si no hubiera nadie, pero ella sabía que él estaba dentro… y que el peligro podía aparecer en cualquier momento.
Eso la asustó.
Maya se levantó y caminó hacia el balcón. Quería ver qué había alrededor, buscar una oportunidad para escapar.
Si el piso no era demasiado alto, quizá podría saltar.
Se apoyó en la barandilla y miró hacia abajo. Calculó la altura: tres o cuatro metros. Había arbustos. Si salto, caeré sobre ellos… tal vez no me lastime, pensó.
Cuando giró para volver, lo vio allí.
Alexander estaba apoyado en la barandilla del extremo opuesto del balcón, fumando.
Maya se sobresaltó; su cuerpo se congeló.
Alexander sostenía el cigarrillo con una toalla marrón en la cintura. Su torso desnudo, los hombros anchos, la cintura es