Aproximadamente media hora después, Roberto finalmente se subió a su automóvil. El motor del Ferrari rugió antes de desaparecer en la oscuridad.
Solo entonces Maya salió del suburbio.
Al pasar por el lugar donde había estado aparcado el Ferrari, vio varias colillas de cigarrillos en el suelo.
Su corazón se sintió inquieto.
Pero solo podía fingir que no sabía nada.
No podía ser blanda.
Si lo hacía… Roberto lo haría también.
Y además estaban sus hijos…
Maya se preguntó si él lamentaba lo que pasó aquella noche.
Pero ella no podía arrepentirse.
Si nada hubiera pasado, no tendría a sus tres adorables hijos.
Y ella los amaba más que a nada.
Maya miró la luna en el cielo nocturno y sonrió con alivio. Murmuró:
—No es gran cosa. A veces se gana, a veces se pierde. Hay más en la vida que el amor.
Luego se dio la vuelta y caminó hacia su casa tan rápido como pudo.
¡Sus hijos la estaban esperando!
….
En la estación de televisión estaban ocupados grabando un adorable programa infantil que se emit