En el comedor, los cuatro se sentaron a la mesa.
Los platos se veían deliciosos. Serena y William eran una compañía agradable, y Terry estaba encantado.
Sentado junto a Maya, en una silla especial para niños, comía por sí mismo con pequeñas cucharadas torpes pero adorables.
Después de cenar, Maya estaba lista para irse.
Serena, consciente de que Maya tenía que volver con sus hijos, no insistió.
—Déjame llevarte a casa.
—Sí, deja que tu madre te lleve. No es seguro que una chica ande sola tan tarde —añadió William.
—Está bien, no se preocupen —respondió Maya.
—Hermana mayor… ¿vendrás otra vez? —preguntó Terry con ojos llenos de esperanza.
Maya no quiso mentirle.
—Lo hablaremos la próxima vez.
—Adiós, Terry.
….
—¿Dejame acompañarte hasta la puerta? —preguntó Serena mientras caminaba con ella—. Eres tan terca… ¿por qué no me dejas llevarte a casa?
—El metro es más rápido —dijo Maya.
—De todos modos, me alegra que hayas venido —serena cambió de tema—. ¿Sigues en contacto con Roberto?
Maya