Maya se dio vuelta para correr.
—¡Ah!—
No logró dar ni dos pasos. Alexander la tomó por la muñeca y la atrajo hacia él con fuerza.
Chocó directo contra sus duros músculos, quedando atrapada entre su pecho y el vacío.
El cuerpo de Maya se tensó al instante; su rostro quedó a la altura del cuello de Alexander. Su prominente y sexy nuez de Adán la sofocaba aún más.
—¿Tienes un deseo de morir? —preguntó él con furia contenida.
—¿Me creerías si te dijera que estaba de paso? —Maya lamentó profundamente su mala suerte por haberse cruzado con Alexander justo hoy… sin el brazalete.
—¿Qué opinas tú? —respondió él.
Maya se mordió los labios, tratando de calmar los latidos acelerados de su corazón.
—Yo… solo estaba aquí por una taza de café… —musitó.
—Pareces tener una memoria pésima —respondió Alexander con un tono oscuro y glacial.
—Desde que me viste… ya no tengo nada más que decir —Maya cerró los ojos, tratando de poner una expresión desafiante, como si se rindiera a su sentencia de muerte.
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