78. Como una Diosa
Aryndell seguía mostrándose como un paraíso oculto entre los reinos. Los muros impregnados de magia e historia de su palacio parecían fluir con la brisa, y los jardines verticales florecían con flores que brillaban bajo la luz de la luna. Era como si todo en ese lugar estuviera diseñado no solo para impresionar… sino para recordarle que existía un mundo más allá del dolor.
Dayleen recorría la ciudad junto a Annika y Cassian, quienes parecían competir en mostrarle las maravillas del Imperio. Annika, con su característico humor alegre y humorista, le enseñaba las bibliotecas, los templos consagrados a Selene y las torres de observación astral. Cassian, en cambio, prefería mostrarle los mercados de arte, los pasadizos secretos y los mejores lugares para desaparecer en el reino.
—¿Te está gustando? —le preguntó él mientras subían una escalinata de mármol—. Soy muy bueno encontrando los lugares secretos, mi don como rastreador es bastante útil en ocasiones.
—Más de lo que imaginé —respo