79. Loba cachonda
El vapor del agua tibia subía por el baño privado, envolviendo el ambiente con una neblina densa, casi onírica. Dayleen estaba inmóvil, el cuerpo tenso mientras las manos de Alexander se mantenían firmes en sus caderas.
Sabía que debía detenerlo. Que debía girarse, gritarle, correr. Fraternizar con el enemigo no era una buena idea...
Pero no lo hizo. ¿Y cuando había hecho caso a sus pensamientos racionales? ¡Se había unido al Alfa de Agua, después de todo! Y él también era aún enemigo al principio.
Sus labios rozaron su cuello con una lentitud deliciosa, como si lo hiciera para saborear su piel, para marcarla sin dientes. Dayleen cerró los ojos, y el escalofrío que recorrió su columna fue una traición que la dejó sin aire.
—No deberíamos… —susurró, su voz cargada de reticencia y deseo a partes iguales.
—No —admitió él, ronco contra su oído—. Pero aún así, aquí estás. Temblando por mi toque, por mis besos, tu cuerpo te traiciona.
Alexander deslizó una mano hacia adelante, buscan