Otto salió tras Alana, pues habían pactado que el Alpha le daría clases para refrescar la memoria de la pelirroja, y así poder controlar a su loba, para evitar cualquier incidente fuera de la manada que los dejara al descubierto con los humanos.
El bosque se extendía ante ellos como un océano de sombras y blanco gracias a la nieve acumulada en el suelo, las copas de los árboles, desnudas por el invierno, se alzaban hacia el cielo como gigantes inmóviles, sus ramas cubiertas por una delicada capa de escarcha que brillaba bajo la luz argentada de la luna y, la nieve crujía bajo sus botas con cada paso que daban, rompiendo el silencio sepulcral de la noche, el aire era frío y limpio, casi cortante, llevaba consigo el tenue aroma de la madera húmeda y el hielo. Alana sentía que el bosque respiraba, vivo y eterno, como un testigo de todo lo que ocurría bajo su manto.
Otto lideraba el camino, caminando con una seguridad que parecía casi natural y obviamente así era, de los tres príncipes,