Federico había movido cielo y tierra para encontrar a su esposa, pero tras más de veinticuatro horas de su desaparición, no habían logrado dar con ella ni con alguien que pudiera aportar una pista concreta.

Víctor entró corriendo, agitado, con el rostro desencajado.

—Señor, mi hombre de confianza dice que se rumorea que este trabajo lo ha hecho gente de afuera.

Federico apretó los labios con fuerza. Habían rastrillado prácticamente toda la ciudad y sólo eso habían logrado sacar en limpio.

—Es posible que la hayan trasladado fuera de la ciudad... —sugirió Víctor con tono grave.

Federico se puso de pie bruscamente y golpeó el escritorio con rabia.

—Pero ¿Qué diablos quieren? ¡Ni siquiera han pedido el dinero!

Detrás de Víctor apareció un hombre fornido, de rostro adusto y mirada penetrante.

—Señor Alvear —dijo con voz grave—, si tiene enemigos, es por ahí debe empezar a buscar. Esto no parece un secuestro común.

Federico lo miró con recelo, frunciendo el ceño.

—¿Y usted quién es?

Víctor