Los minutos que Martín estuvo con Elizabeth se le hicieron eternos a Federico. Hubiese querido llamar a Germaine, pero no quería enfrentarla con su hijo, y además no era el momento de agregar más drama a la situación.
Resoplaba y miraba hacia el techo. Su corazón latía a mil por hora.
Mientras tanto, su esposa seguía débil y algo confundida.
— Escúchame, Elizabeth —dijo el médico mientras la examinaba, notando que realmente no se veía bien—. Deberías haber esperado los exámenes antes de viajar... Pero ya estamos aquí, y haré todo lo posible para que te recuperes —añadió con una sonrisa cálida.
Por dentro, sin embargo, maldecía a Federico una y otra vez. Aun así, se enfocó en lo esencial: ayudar a Lizzy.
Pidió que le acercaran los análisis que había solicitado horas antes. En pocos minutos, se confirmó lo que temía: varios valores estaban alterados. Elizabeth estaba anémica. La alimentación deficiente, el estrés acumulado y el embarazo formaban un cóctel peligroso.
Cuando abrió la puer