Fuera de la residencia de los Valverde, un auto frenó tan de golpe que el chirrido de los neumáticos se escuchó con fuerza.
Elizabeth, que estaba semidormida, se sobresaltó pensando que podría ser Federico, viniendo por ella. Su cuerpo comenzó a temblar.
Aunque estaba completamente firme en su decisión, sabía que su esposo no se daría por vencido. Conociendo su carácter, era imposible predecir cómo reaccionaría.
Temía un enfrentamiento con Alfonso, y le angustiaba que últimamente lo notaba cada vez más débil.
Se asomó por la ventana y vio el auto de Esteban. Respiró hondo, aliviada.
Su primo entró rápidamente, y detrás de él, como siempre, la incondicional Laura.
Victoria bajó la escalera con premura.
—¡Ay, chicos! Disculpen que los haya llamado así, pero realmente no sabía qué hacer —dijo, besando a cada uno.
—Mamá, ¿Qué está pasando? ¡Por favor, no nos asustes! —exclamó Esteban, alarmado.
Victoria estaba visiblemente alterada. Su rostro lo decía todo.
—Estoy segura de que ese hom