Apenas el médico dirigió el transductor, su expresión cambió: parecía preocupado. No lograba detectar al bebé.
Los padres miraban el monitor con ansiedad extrema. Lizzy apretaba con fuerza la mano de Federico, temblando de miedo. Él también estaba asustado, pero intentaba transmitirle tranquilidad.
—Todo estará bien... no temas —susurró.
Después de unos minutos, Martín sonrió.
— ¡Aquí estás, pequeño travieso! —exclamó, aliviado—. Miren, mamá y papá... aquí está —dijo, señalando la pantalla—. Y parece estar muy bien.
Escuchar los latidos del bebé atravesó el alma de Federico. Comenzó a llorar, pero esta vez no de tristeza, sino de algo muy parecido a la felicidad.
—¡Está bien! —dijo, besando la mano de su esposa.
La imagen mostraba rasgos aún difusos —el embarazo no llegaba a las 12 semanas—, pero para él, ya era el bebé más hermoso del mundo.
Elizabeth sonreía, aliviada por ver otra vez a su hijo y oír el pequeño corazón latir con tanta fuerza.
—Está todo bien... eso sí —añadió Martín