El tenso ambiente no se había calmado lo suficiente cuando Demien estampó el puño, que aún contenía la foto arrugada, varias veces contra la puerta.
Noah se sobresaltó violentamente, se encogió e intentó esconderse detrás de Neta-lee, quién igual había pegado un brinco.
—¡Demien! — exclamó y él se detuvo abruptamente, pero no se volvió.
Respiraba pesado y sus hombros subían y bajaban trabajosamente. La mano empuñada aún contra la madera, paralizada, con los nudillos rojos y la superficie con restos de sangre.
Al ver que él no tenía intención de hablar, Neta-lee tomó la mano de Noah y se retiró en silencio por el pasillo. Ella misma estaba tensa y molesta, pero con Noah en medio no podía decirle un par de cosas nada agradables a ese furioso hombre de la estancia. Llegaron a su habitación y Neta-lee sentó a Noah en su cama, se arrodilló delante de él y le tomó el rostro gacho que se negaba a mirarle a los ojos.
—Todo está bien — dijo con suavidad, intentando impregnar seguridad con