Capítulo veinticuatro

El tenso ambiente no se había calmado lo suficiente cuando Demien estampó el puño, que aún contenía la foto arrugada, varias veces contra la puerta.

Noah se sobresaltó violentamente, se encogió e intentó esconderse detrás de Neta-lee, quién igual había pegado un brinco.

—¡Demien! — exclamó y él se detuvo abruptamente, pero no se volvió.

Respiraba pesado y sus hombros subían y bajaban trabajosamente. La mano empuñada aún contra la madera, paralizada, con los nudillos rojos y la superficie con restos de sangre.

Al ver que él no tenía intención de hablar, Neta-lee tomó la mano de Noah y se retiró en silencio por el pasillo. Ella misma estaba tensa y molesta, pero con Noah en medio no podía decirle un par de cosas nada agradables a ese furioso hombre de la estancia. Llegaron a su habitación y Neta-lee sentó a Noah en su cama, se arrodilló delante de él y le tomó el rostro gacho que se negaba a mirarle a los ojos.

—Todo está bien — dijo con suavidad, intentando impregnar seguridad con
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